Esta mañana mi dulce Jesús no ha venido, y yo la he pasado entre suspiros, ansias y amarguras, pero toda sumergida en su Voluntad. Llegada la noche no podía más, y lo llamaba y lo volvía a llamar, mis ojos no se podían cerrar, me sentía inquieta, a cualquier costo quería a Jesús; mientras me encontraba en esto ha venido y me ha dicho:
Quien no hace la Voluntad de Dios es como una constelación celestial que sale de su puesto, como un miembro dislocado. Ella es día para quien la hace y noche para quien no la hace.
Continuando mi habitual estado, apenas se hacía ver mi siempre amable Jesús, pero tan afligido que daba piedad, yo le he dicho: “¿Qué tienes Jesús?” Y Él:
“Hija mía, habrán y sucederán cosas imprevistas, de improviso y estallarán revoluciones por todas partes. ¡Oh, cómo empeorarán las cosas!”
Estaba rezando y fundiéndome en el Santo Querer Divino; quería girar por todas partes, hasta en el empíreo para encontrar ese te amo supremo que no está sujeto a ninguna interrupción, quisiera hacerlo mío a fin de que también yo tuviera un te amo jamás interrumpido que pudiese hacer eco al te amo eterno, y poseyendo en mí la fuente del verdadero te amo pudiese tener un te amo por todos, por cada uno, por cada movimiento, por cada acto, por cada respiro, por cada latido y por cada te amo del mismo Jesús.