La Reina del Cielo gira por todas las naciones para poner a salvo a sus hijos.

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                                La Reina del Cielo gira por todas las naciones para poner a salvo a sus hijos.

Continuaba pensando en la Divina Voluntad, y rogaba que se apresurara, y que con su Omnipotencia que todo lo puede, venciera todos los obstáculos e hiciera venir su reino y que su Voluntad reinara, como en el Cielo, así en la tierra.

Pero mientras pensaba esto, mi dulce Jesús hacía ver ante mi mente muchas cosas funestas y horripilantes, ante las cuales se conmovían los corazones más duros y quedaban aterrados los más obstinados; todo era terror y espanto.

Yo quedé tan afligida que me sentía morir, y le rogaba que evitara tantos flagelos. Y mi amado Jesús, como si tuviera piedad de mi aflicción me dijo: 

“Hija mía, ánimo, todo servirá para el triunfo de mi Voluntad. Tú debes saber que amo siempre a mis hijos, a mis amadas criaturas; me desviviría por no verlas golpeadas. De manera que en los tiempos funestos que vendrán, los he puesto a todos en las manos de mi Mamá Celestial. A Ella se los he confiado, para que me los tenga seguros bajo su manto. Le daré a todos aquellos que Ella quiera, y la misma muerte no tendrá poder sobre aquellos que estarán custodiados por mi Mamá.”

Entonces, mientras decía esto, mi querido Jesús me hacía ver con hechos que la Soberana Reina descendía del Cielo con una Majestad indecible y una ternura toda materna, y giraba en medio de las criaturas, en todas las naciones, y marcaba a sus queridos hijos y a aquellos que no debían ser tocados por los flagelos.

A quienquiera que tocaba mi Mamá Celestial, los flagelos no tenían poder sobre de ellos. El dulce Jesús daba el derecho a su Mamá de poner a salvo a quien Ella quería. 

¡Qué conmovedor era ver girar a la Emperatriz Celestial por todas las partes del mundo! Ella tomaba entre sus manos maternas a aquellos que su materna bondad tenía bajo su custodia, protegidos y defendidos, y se los estrechaba a su pecho, los escondía bajo su manto a fin de que ningún mal pudiera dañarlos.

¡Oh, si todos pudieran ver con cuánto amor y ternura hacía este oficio la Celestial Reina, llorarían de consuelo y amarían a Aquella que tanto nos ama!.  Vol. 33 del 6 de junio de 1935.

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