Hoy 14 de Septiembre día de La Exaltación de la Santa Cruz.
Y Jesús: “Hazme oír tu voz que recrea mi oído, conversemos un poco juntos, Yo te he hablado tantas veces de la cruz, hoy déjame oírte hablar a ti de la cruz.”
Yo me sentía toda confundida, no sabía que decir, pero Él me ha mandado un rayo de luz intelectual, y para contentarlo he comenzado a decir: “Amado mío, ¿quién te puede decir qué cosa es la cruz? Sólo tu boca puede hablar dignamente de la sublimidad de la cruz, pero ya que quieres que hable yo, está bien, lo hago: La cruz sufrida por Ti me liberó de la esclavitud del demonio y me desposó con la Divinidad con nudo indisoluble; la cruz es fecunda y me pare la Gracia; la cruz es luz y me desengaña de lo temporal y me descubre lo eterno; la cruz es fuego, y todo lo que no es de Dios lo vuelve cenizas, hasta vaciarme el corazón del más mínimo hilo de hierba que pueda estar en él; la cruz es moneda de inestimable precio, y si yo tengo, Esposo santo, la fortuna de poseerla, me enriqueceré de monedas eternas, hasta volverme la más rica del paraíso, porque la moneda que corre en el Cielo es la cruz sufrida en la tierra; la cruz me hace conocerme más a mí misma, y no sólo eso, sino me da el conocimiento de Dios; la cruz me injerta todas las virtudes; la cruz es la noble cátedra de la Sabiduría increada que me enseña las doctrinas más altas, sutiles y sublimes, así que sólo la cruz me develará los misterios más escondidos, las cosas más recónditas, la perfección más perfecta escondida a los más doctos y sabios del mundo; la cruz es como agua benéfica que me purifica, no sólo eso, sino que me suministra el nutrimento a las virtudes, me las hace crecer y sólo me deja cuando me conduce a la Vida eterna; la cruz es como rocío celeste que me conserva y me embellece el bello lirio de la pureza; la cruz es el alimento de la Esperanza; la cruz es la antorcha de la Fe obrante; la cruz es aquel leño sólido que conserva y mantiene siempre encendido el fuego de la Caridad; la cruz es aquel leño seco que hace desvanecer y poner en fuga todos los humos de soberbia y de vanagloria, y produce en el alma la humilde violeta de la humildad; la cruz es el arma más potente que hiere a los demonios y me defiende de sus garras. Así que el alma que posee la cruz es de envidia y admiración a los mismos ángeles y santos, y de rabia y desdén a los demonios. La cruz es mi paraíso en la tierra, de modo que si el paraíso de allá, de los bienaventurados, son los gozos, el paraíso de acá son los sufrimientos. La cruz es la cadena de oro purísimo que me une contigo, mi sumo Bien, y forma la unión más íntima que se pueda dar, hasta hacer desaparecer mi ser y me transmuta en Ti, mi objeto amado, tanto, de sentirme perdida en Ti y vivo de tu misma Vida.”
Después que dije esto, (no sé si son desatinos), mi amable Jesús al oírme todo se complacía, y llevado por un entusiasmo de amor toda me besaba y me ha dicho:
“Bravo, bravo a mi amada hija, has dicho bien. Mi Amor es fuego, pero no como el fuego terreno que dondequiera que penetra todo lo vuelve estéril y reduce todo a cenizas; mi fuego es fecundo y sólo esteriliza lo que no es virtud, pero a todo lo demás da vida y hace germinar las bellas flores, hace producir los más exquisitos frutos y convierte al alma en el más delicioso jardín celestial.
La cruz es tan potente y le he comunicado tanta gracia, que la volví más eficaz que los mismos sacramentos, y esto porque al recibir el sacramento de mi cuerpo se necesitan las disposiciones y el libre concurso del alma para recibir mis gracias, que muchas veces pueden faltar, pero la cruz tiene virtud de disponer al alma a la Gracia.” Vol. 3 del 2 de Diciembre de 1899.
Frutos de la cruz.
Mayo 1, 1900
Habiendo recibido la comunión, mi dulce Jesús se ha hecho ver todo afabilidad, y como parecía que el confesor ponía la intención de la crucifixión, mi naturaleza sentía casi repugnancia de someterse. Entonces mi dulce Jesús para animarme me ha dicho:
“Hija mía, si la Eucaristía es prenda de la futura gloria, la cruz es desembolso para comprarla; si la Eucaristía es semilla que impide la corrupción, y es como esas hierbas aromáticas con las que ungiéndose los cadáveres no se corrompen, y dona la inmortalidad al alma y al cuerpo, la cruz la embellece y es tan potente, que si hay deudas contraídas ella se hace fiadora y con mayor seguridad hace que se le restituya la escritura de la deuda contraída, y después de que ha satisfecho todo adeudo, con ello forma al alma el trono más deslumbrante en la futura gloria. ¡Ah! sí, la cruz y la Eucaristía se alternan juntas, y una obra más potentemente que la otra.”
Después ha agregado: “La cruz es mi lecho florido, no porque no sufriera dolores atroces, sino porque por medio de la cruz daba a luz a tantas almas a la Gracia, veía brotar tantas bellas flores que producían tantos frutos celestiales, así que viendo tanto bien, tenía para delicia mía aquel lecho de dolor y me deleitaba de la cruz y del sufrir. También tú hija mía, toma como delicias las penas y deléitate de estarte crucificada en mi cruz. No, no quiero que temas el sufrir, como si quisieras obrar como holgazana, ánimo, obra con animosidad y exponte por ti misma al sufrir.”
Mientras esto decía veía a mi buen ángel que estaba preparado para crucificarme, y yo por mí misma he extendido los brazos y el ángel me crucificaba. ¡Oh, cómo gozaba el buen Jesús de mi sufrir, y cómo estaba yo contenta, porque podía dar gusto a Jesús siendo un alma tan miserable! Me parecía que fuera un gran honor para mí el sufrir por amor suyo.
Fiesta a la cruz en el Cielo.
Mayo 3, 1900
Esta mañana me he encontrado fuera de mí misma y veía todo el cielo sembrado de cruces, pequeñas, grandes, medianas. Las más grandes, más resplandor daban; era un encanto dulcísimo el ver tantas cruces que embellecían el firmamento, más resplandecientes que el sol. Después de esto pareció que se abría el Cielo y se veía y oía la fiesta que los bienaventurados hacían a la cruz. Quien más había sufrido, era más festejado en este día. Se distinguían en modo especial los mártires y quienes habían sufrido ocultamente. ¡Oh, cómo se estimaba en esa bienaventurada morada la cruz y a quien más había sufrido! Mientras esto veía, una voz ha resonado por todo el empíreo que decía:
“Si el Señor no mandase las cruces sobre la tierra, sería como aquel padre que no tiene amor por los propios hijos, que en vez de querer verlos honrados y ricos, los quiere ver pobres y deshonrados.”
El resto que vi de esta fiesta no tengo palabras para explicarlo, lo siento en mí pero no sé manifestarlo, por eso hago silencio.