Después de esto pensaba entre mí: “Mi dulce Jesús exalta tanto la felicidad del Reino del Fiat Supremo, sin embargo Él mismo, que era la misma Voluntad Divina, mi Madre Celestial que la poseía íntegra, no fueron felices sobre la tierra, más bien fueron los que más sufrieron en la tierra; también de mí misma, que dice que soy la hija primogénita de su Voluntad, me ha tenido cuarenta y tres y más años confinada dentro de una cama, y sólo Jesús sabe lo que he sufrido, es verdad que he sido prisionera feliz y no cambiaría mi feliz suerte aunque me ofrecieran cetros y coronas, porque lo que me ha dado Jesús me ha vuelto más que feliz, pero aparentemente al ojo humano desaparece esta felicidad, por lo tanto parece que choca esta felicidad dicha por Jesús si se piensa en sus penas y en aquellas de la Soberana Reina y en mi estado, última de sus criaturas”. Pero mientras esto pensaba, mi dulce Jesús sorprendiéndome me ha dicho:
“Hija mía, hay diferencia grandísima entre quien debe formar un bien, un reino, y quien debe recibirlo para gozarlo. Yo vine a la tierra para expiar, para redimir, para salvar al hombre, para hacer esto me tocaban las penas de las criaturas, tomarlas sobre Mí como si fuesen mías; mi Mamá Divina que debía ser corredentora no debía ser desemejante de Mí, es más, las cinco gotas de sangre que me dio de su corazón purísimo para formar mi pequeña Humanidad, salieron de su corazón crucificado; para Nosotros las penas eran oficios que venimos a cumplir, por eso todas eran penas voluntarias, no imposición de la frágil naturaleza.
Pero tú debes saber que a pesar de tantas penas nuestras que teníamos para desempeñar nuestro oficio, era inseparable de Mí y de mi Mamá Reina la suma felicidad, alegrías que jamás terminaban y siempre nuevas, paraíso continuado, para Nosotros era más fácil separarnos de las penas porque no eran cosas nuestras, intrínsecas, cosas de naturaleza, sino cosas de oficio, que separarnos del océano de las inmensas felicidades y alegrías que producía en Nosotros, como cosas nuestras e intrínsecas, la naturaleza de nuestra Voluntad Divina que poseíamos.
Así como la naturaleza del sol es dar luz, la del agua quitar la sed, la del fuego calentar y convertir todo en fuego, y si esto no hicieran perderían su naturaleza, así es naturaleza en mi Voluntad, que donde Ella reina hacer surgir la felicidad, la alegría, el paraíso; Voluntad de Dios e infelicidad no existe, ni puede existir, o bien no existe toda su plenitud y por eso los ríos de la voluntad humana forman las amarguras a las pobres criaturas.
Para Nosotros, que la voluntad humana no tenía ninguna entrada en Nosotros, la felicidad estaba siempre en su colmo, los mares de las alegrías eran inseparables de Nosotros, hasta sobre la cruz, y mi Mamá crucificada a mis pies divinos, la perfecta felicidad jamás se separó de Nosotros, y si esto pudiese suceder habría debido salir de la Voluntad Divina y separarme de la Naturaleza Divina y obrar sólo con la voluntad y naturaleza humana, por eso nuestras penas fueron todas voluntarias, elegidas por Nosotros mismos para el oficio que venimos a cumplir, no frutos de naturaleza humana, de fragilidad o de imposición de naturaleza degradada.
Y además, ¿no recuerdas que también tus penas son penas de oficio, penas voluntarias?
Porque cuando te llamé al estado de víctima Yo te pregunté si voluntariamente tú aceptabas, y tú con toda voluntad aceptaste y pronunciaste el Fiat. Pasó tiempo y te repetí mi estribillo, si aceptabas vivir en la mía y con mi Voluntad Divina, y tú repetiste el Fiat, que regenerándote a nueva vida te constituía hija suya, para darte el oficio y las penas que a él convienen, para el cumplimiento del Reino del Fiat Supremo.
Hija mía, las penas voluntarias tienen tal potencia ante la Divinidad, que tienen la fuerza, el imperio de abrir el seno del Padre Celestial, y de esta abertura que forma en Dios, hace desbordar los mares de gracias que forma el triunfo de la Majestad Suprema y el triunfo de la criatura que posee este imperio de sus penas voluntarias. Por eso, tanto para el gran portento de la Redención, cuanto para el gran prodigio del Reino de mi Fiat, se necesitaban penas voluntarias, penas de oficio, las cuales debían ser animadas por una Voluntad Divina, que imperando sobre Dios y sobre las criaturas, debían dar el gran bien que su oficio encerraba.
Por eso mi felicidad exaltada del Reino del Fiat Divino, no choca como tú dices, sólo porque Yo era la misma Voluntad Divina y sufrí, y sólo porque te he tenido tanto tiempo en el lecho; quien debe formar un bien, un reino, conviene que haga una cosa, que sufra, que prepare las cosas necesarias y que venza a Dios para hacérselo dar; quien debe recibirlo es conveniente que haga otra cosa, o sea, recibirlo, apreciarlo y ser agradecidos con quien ha luchado, ha sufrido, y habiendo vencido da a ellos sus conquistas para volverlos felices.
Por lo tanto el Reino de mi Voluntad en medio de las criaturas llevará el eco de la felicidad del Cielo, porque una será la Voluntad que debe reinar y dominar el uno y el otro.
Y así como mi Humanidad fue formada por la sangre purísima del corazón crucificado de la Soberana Reina, y la Redención fue formada por mi continua crucifixión, y sobre el calvario puse el sello de la cruz al Reino de los redimidos, así el Reino del Fiat Supremo saldrá de un corazón crucificado, del cual mi Voluntad, crucificando la tuya, hará salir su Reino y la felicidad a los hijos de su Reino.
Por eso desde que te llamé al estado de víctima te hablé siempre de crucifixión, y tú creías que era la crucifixión de las manos y de los pies, y Yo te hacía correr en esta crucifixión, pero no era ésta, no habría bastado para hacer salir mi Reino, se necesitaba la crucifixión entera y continua de mi Voluntad en todo tu ser, y era esto exactamente lo que Yo quería decirte, que tu voluntad sufriera la continua crucifixión de la mía para hacer salir el Reino del Fiat Supremo”.Volumen 20 Enero 30, 1927
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