SELECCIÓN DE CAPÍTULOS EN LOS DIFERENTES VOLUMENES, CON EL TEMA DEL NACIMIENTO DE JESÚS.
Jesús quiere de Luisa continua actitud de sacrificio.
Después de haber pasado algunos días casi de privación total de mi sumo y único Bien, acompañados por una dureza de corazón, sin poder ni siquiera llorar mi gran pérdida, si bien ofrecía a Dios también aquella dureza diciéndole: “Señor, acéptala como sacrificio, sólo Tú puedes ablandar este corazón tan duro”. Finalmente, después de un largo penar, ha venido mi amada Mamá Reina trayendo en su regazo al celestial Niño envuelto en un pañal, todo tembloroso; me lo ha dado entre mis brazos diciéndome:
“Hija mía, caliéntalo con tus afectos, porque mi Hijo nació en extrema pobreza, en total abandono de los hombres y en suma mortificación”.
¡Oh, cómo era agradable con su celestial belleza! Lo he tomado entre mis brazos y me lo he estrechado para calentarlo, porque estaba casi entumecido por el frío, no teniendo otra cosa que lo cubriera que un sólo pañal. Después de haberlo calentado por cuanto he podido, mi tierno Niñito, entreabriendo sus purpúreos labios me ha dicho:
“¿Me prometes tú ser siempre víctima por amor mío, como Yo lo soy por amor tuyo?”
Y yo: “Sí tesorito mío, te lo prometo”.
Y Él: “No estoy contento sólo con las palabras, quiero un juramento y también una firma con tu sangre”.
Y yo: “Si quiere la obediencia lo haré”.
Él parecía todo contento, y ha agregado:
“Mi corazón desde que nací lo tuve siempre ofrecido en sacrificio para glorificar al Padre, para la conversión de los pecadores y por las personas que me rodeaban y que más me fueron fieles compañeros en mis penas. Así quiero que tu corazón esté en continua actitud, ofrecido en espíritu de sacrificio por estos tres fines”.
Mientras esto decía, la Reina Mamá quería al Niño para alimentarlo con su leche dulcísima. Se lo he devuelto y Ella sacó su pecho para ponerlo en la boca del Divino Niño, y yo astuta, queriendo hacer una broma, he puesto mi boca para chupar, he sacado pocas gotas, y en el momento de hacer esto han desaparecido, dejándome contenta y descontenta.
Sea todo para gloria de Dios y para confusión de esta miserable pecadora.
Volumen 3 Diciembre 25, 1899
Ve el Nacimiento de Jesús.
Encontrándome en mi habitual estado me he sentido fuera de mí misma, y después de haber girado me encontré dentro de una cueva, y he visto a la Reina Mamá que estaba en el momento de dar a luz al Niñito Jesús. ¡Qué estupendo prodigio! Me parecía que tanto la Madre como el Hijo estaban cambiados en luz purísima, pero en esa luz se distinguía muy bien la naturaleza humana de Jesús, que contenía en sí la Divinidad, que le servía como de velo para cubrir a la Divinidad, de modo que abriendo el velo de la naturaleza humana era Dios, y cubierto con ese velo era hombre, y he aquí el prodigio de los prodigios: Dios y Hombre, Hombre y Dios, que sin dejar al Padre y al Espíritu Santo viene a habitar con nosotros y toma carne humana, porque el verdadero amor no se desune jamás. Ahora, me ha parecido que la Madre y el Hijo en ese felicísimo instante quedaron como espiritualizados, y sin el mínimo obstáculo Jesús salió del seno materno, desbordándose ambos en un exceso de amor, o sea, esos Santísimos cuerpos transformados en Luz, sin el mínimo impedimento, Jesús luz ha salido de dentro de la luz Madre, quedando sanos e intactos tanto el Uno como la Otra, regresando después al estado natural. ¿Pero quién puede decir la belleza del Niñito, que en ese momento de su nacimiento traslucía aun externamente los rayos de su Divinidad? ¿Quién puede decir la belleza de la Madre que quedaba toda absorbida en aquellos rayos Divinos? Me parecía que San José no estaba presente en el momento del parto, sino que permanecía en otro rincón de la cueva, todo absorto en aquel profundo misterio, y si no vio con los ojos del cuerpo, vio muy bien con los ojos del alma, porque estaba raptado en éxtasis sublime.
Ahora, en el momento en que el Niñito salió a la luz, yo habría querido volar para tomarlo entre mis brazos, pero los ángeles me lo impidieron, diciéndome que le correspondía a la Madre el honor de ser la primera en tomarlo. Entonces la Virgen Santísima como sacudida ha vuelto en sí, y de las manos de un ángel recibió al Hijo en sus brazos, lo estrechó tan fuerte en el arrebato de amor en que se encontraba, que parecía que lo quisiera meter de nuevo en Ella, después queriendo dar un desahogo a su ardiente amor, lo puso a mamar de sus pechos. Mientras tanto yo permanecía toda aniquilada, esperando ser llamada para no recibir otro regaño de los ángeles. Entonces la Reina me dijo:
“Ven, ven a tomar a tu amado y gózalo también tú, desahoga con Él tu amor”.
En cuanto dijo esto me acerqué, y la Mamá me lo puso en los brazos. ¿Quién puede decir mi contento, los besos, los abrazos, las ternuras? Después de que me desahogué un poco le dije: “Amado mío, Tú has tomado leche de nuestra Mamá, hazme partícipe”. Y Él condescendiendo, de su boca derramó parte de esa leche en la mía, y después me ha dicho:
“Amada mía, Yo fui concebido unido al dolor, nací al dolor y morí en el dolor, y con los tres clavos con que me crucificaron clavé las tres potencias: inteligencia, memoria y voluntad de aquellas almas que desean amarme, haciéndolas quedar todas atraídas a Mí, porque la culpa las había vuelto enfermas, dispersas de su Creador y sin ningún freno”.
Y mientras esto decía, ha dado una mirada al mundo y comenzó a llorar sus miserias. Yo, viéndolo llorar he dicho: “Amable Niño, no entristezcas una noche tan alegre con tu llanto a quien te ama, en lugar de dar desahogo al llanto demos desahogo al canto”. Y así diciendo comencé a cantar; Jesús se distrajo al oírme cantar y dejó de llorar. Al terminar mi verso Él cantó el suyo, con una voz tan fuerte y armoniosa, que todas las demás voces desaparecían ante su voz dulcísima. Después de esto le pedí al Niño Jesús por mi confesor, por aquellos que me pertenecen, y finalmente por todos, y Él parecía todo condescendiente. Mientras estaba en esto ha desaparecido y yo volví en mí misma.
Volumen 4 Diciembre 25, 1900