(...)Me parecía que me encontraba en la gruta de mi recién nacido Jesús, y mi pequeño Jesús me ha dicho:
“Hija amada mía, ¿quién vino a visitarme en la gruta de mi nacimiento?
Los pastores fueron los primeros visitantes, los únicos que hacían un ir y venir y me ofrecían dones y cosas de ellos, y los primeros que tuvieron el conocimiento de mi venida al mundo, y por consecuencia los primeros favorecidos llenos de mi gracia.
He aquí por qué escojo siempre personas pobres, ignorantes, despreciables, y de ellas hago portentos de gracia, porque son siempre las más dispuestas, las más dispuestas a oírme, a creerme sin poner tantas dificultades, tantas cavilaciones, como lo hacen las personas cultas.
Después vinieron los magos, pero no se vio ningún sacerdote, mientras que ellos debían ser los primeros en hacerme cortejo, porque ellos sabían más que todos los demás según las escrituras que estudiaban, sabían el tiempo, el lugar, y era más fácil el venir a visitarme, pero ninguno, ninguno se movió, es más, mientras que ellos lo señalaron a los magos, ellos no se movieron, ni se incomodaron en dar un paso para ir en busca de mi venida.
Esto fue un dolor, para Mí amarguísimo, en mi nacimiento, porque en aquellos sacerdotes era tanto el apego a las riquezas, al interés, a las familias y a las cosas exteriores, que como resplandores les cegaba la vista, les endurecía el corazón y volvía torpe la inteligencia para conocer las verdades más sagradas, más ciertas, y estaban tan engolfados en las cosas bajas de la tierra, que jamás habrían creído que un Dios pudiese venir a la tierra en tanta pobreza y en tanta humillación, y no sólo en mi nacimiento, sino también en el curso de mi vida, cuando hacía los milagros más estrepitosos, ninguno me siguió, más bien planearon mi muerte y me asesinaron sobre la cruz. Y Yo, después de haber usado todo mi arte para atraerlos a Mí, los puse en el olvido y escogí personas pobres, ignorantes, como fueron mis apóstoles y formé mi Iglesia, los segregué de las familias, los liberé de cualquier vínculo de riquezas, los llené de los tesoros de mi gracia y los volví hábiles para la dirección de mi Iglesia y de las almas.
Ahora, debes saber que este dolor aún me dura, porque los sacerdotes de estos tiempos se han hermanado con los sacerdotes de aquellos tiempos, se han dado la mano en el apego a las familias, al interés, a las cosas exteriores y poco o nada ponen atención al interior, es más, algunos se han degradado tanto, que han llegado a hacer entender a los mismos seglares que no están contentos de su estado, abajando su dignidad hasta lo ínfimo y por debajo de los mismos seglares.
¡Ah! hija mía, ¿qué prestigio puede tener su palabra en las gentes? Más bien los pueblos por su causa van descendiendo en la fe y en el abismo de peores males, caminan a tropezones y en las tinieblas, porque luz en los sacerdotes no ven más.
Esta es la necesidad de las casas de reunión de sacerdotes, a fin de que liberado el sacerdote de las tinieblas de las cuales está invadido, de las familias, del interés y de los cuidados de las cosas exteriores, pueda dar luz de verdaderas virtudes y los pueblos puedan salir de los errores en los que han caído.
Son tan necesarias estas reuniones, que cada vez que la Iglesia ha llegado a lo ínfimo, casi siempre éste ha sido el medio para hacerla resurgir más bella y majestuosa”.