(1) Como en los días pasados mi adorable Jesús no se hacía ver, yo me sentía desconfiada en la esperanza de tenerlo de nuevo; más bien creía que todo había terminado para mí: visitas de Nuestro Señor y estado de víctima. Pero esta mañana al venir el bendito Jesús, traía una horrible corona de espinas, y se puso junto a mí, lamentándose todo, en actitud de querer un alivio; entonces yo se la he quitado poco a poco, y para darle más gusto la he puesto sobre mi cabeza.