Después de dos días de amarguísimas privaciones de mi sumo bien Jesús, lo sentí moverse en mi interior, me parecía ver que en mi interior estaba sentado con su cabeza apoyada en uno de mis hombros y con su boca dirigida hacia la mía en acto de suministrarme las palabras. Yo me lo estreché y me puse a escucharlo, abandonándome toda en Él. Entonces parecía que me decía: