El Reino de la Divina Voluntad
«Y ahora una palabra a todos los que leáis estos escritos... Os pido, os suplico que recibáis con amor lo que Jesús quiere daros, es decir, Su Voluntad.
Pero para daros la Suya, quiere la vuestra; de lo contrario, no podrá reinar aquella. Si supieseis... ¡Con este amor mi Jesús quiere daros el don más grande que exista en el Cielo y en la tierra, como es Su Voluntad!
¡Oh, cuán amargas lágrimas derrama Él, porque ve que con vuestro querer os arrastráis por toda la tierra empobrecida! No sois capaces de cumplir un buen propósito, y ¿sabéis por qué? Porque Su Querer no reina con vosotros.
¡Oh, cómo llora Jesús, suspira por vuestra suerte! Y, sollozando, os pide que hagáis reinar Su Querer en vosotros. Quiere hacer que cambie vuestra suerte: de enfermos, sanos; de pobres, ricos; de débiles, fuertes; de volubles, inmutables; de esclavos, reyes. No quiere grandes penitencias, ni largas oraciones, ni ninguna otra cosa; sólo quiere que reine en vosotros Su Querer, y que ya no exista vuestra voluntad.
¡Ah! Escuchadlo, y yo estoy dispuesta a dar la vida por cada uno de vosotros, a sufrir cualquier pena, con tal de que abráis las puertas de vuestra alma, y el Querer de mi Jesús reine y triunfe en las generaciones humanas.
Ahora aceptad todos mi invitación; venid conmigo al Edén, donde tuvo principio vuestro origen, donde el Ser Supremo creó al hombre, lo hizo rey y le dio un reino para que dominara; este reino era todo el universo, pero su cetro, su corona, su autoridad venían del fondo de su alma, en donde residía el Fiat Divino, como Rey dominador, y constituía la verdadera realeza en el hombre. Sus vestiduras eran reales, más resplandecientes que el sol; sus actos eran nobles; su belleza era arrebatadora. Dios lo amaba mucho, se entretenía con él, lo llamaba mi pequeño rey e hijo. Todo era felicidad, orden y armonía.
Este hombre, nuestro primer padre, se traicionó a sí mismo, traicionó su reino, y, haciendo su voluntad, entristeció a su Creador, que tanto lo había exaltado y amado, y perdió su reino, el reino de la Divina Voluntad, en el que le había sido dado todo. Las puertas del reino se le cerraron, y Dios retiró a Sí el reino dado al hombre. Y mientras tanto, escuchad un secreto mío.
Dios, al retirar a Sí el reino de la Divina Voluntad, no dijo que ya no lo volvería a dar al hombre, sino que lo tuvo en la reserva, esperando a las futuras generaciones, para colmarlas de gracias sorprendentes, de luz deslumbrante, capaz de eclipsar el querer humano, que le hizo perder un reino tan santo; y con atractivos de admirables y prodigiosos conocimientos de la Divina Voluntad, hacerles sentir la necesidad, el deseo de renunciar a nuestro querer, que nos hace infelices, y arrojarnos en la Divina Voluntad. Así pues, el reino es nuestro. Por eso, ¡ánimo!
El Fiat Supremo nos espera, nos llama, nos urge a tomar posesión de él. ¿Quién tendrá el valor de negarse?, ¿quién será tan pérfido que no escuche su llamada y no acepte tanta felicidad?
Dejemos los miserables andrajos de nuestra voluntad, el vestido de luto de nuestra esclavitud, en el que nos ha arrojado, y nos vestiremos como reinas, y nos adornaremos con galas divinas.
Por eso, hago a todos un llamamiento: ¡Escuchadme! Como sabéis, soy una Pequeñita, la más pequeña de todas las criaturas... Me bilocaré en el Querer Divino juntamente con Jesús, iré como una pequeña a vuestro seno, y con gemidos y llanto llamaré a vuestros corazones, para pediros, como una pequeña mendiga, vuestros andrajos, los vestidos de luto, vuestro infeliz querer, para dárselo a Jesús; a fin de que lo queme todo, y, devolviéndoos Su Querer, os dé Su reino, Su felicidad, la blancura de Sus vestidos reales. ¡Si supieseis lo que significa Voluntad de Dios...! Encierra el Cielo y la tierra; si estamos con Ella, todo es nuestro, todo toma de nosotros; si no estamos con Ella, todo va contra nosotros; y si tenemos algo, somos los auténticos ladrones de nuestro Creador, y vivimos de fraude y de robo.
Por eso, si queréis conocerla, leed estas páginas: en ellas encontraréis el bálsamo para las heridas, que cruelmente nos ha hecho el querer humano, el nuevo aire totalmente divino, la nueva vida totalmente celestial; sentiréis el Cielo en vuestra alma, veréis nuevos horizontes, nuevos soles, y a menudo hallaréis a Jesús con el rostro bañado en llanto, que quiere daros Su Querer. Llora porque os quiere ver felices, y, al veros infelices, suspira, ruega por la felicidad de Sus hijos; y, pidiéndoos vuestro querer para arrancaros de la infelicidad, os brinda el Suyo, como confirmación del don de Su Reino.
Por eso, hago un llamamiento a todos. Y hago este llamamiento juntamente con Jesús, con Sus mismas lágrimas, con Sus suspiros ardientes, con Su Corazón que arde, que quiere dar Su Fiat. Del Fiat hemos salido, recibimos la vida; por eso, es justo y necesario que volvemos a Él, a nuestra querida e interminable herencia.
Y, en primer lugar, hago un llamamiento al Sumo Pontífice, a Su Santidad, al Representante de la Santa Iglesia y, por consiguiente, Representante del Reino de la Divina Voluntad. A sus santos pies esta Pequeña deposita esta reino, para que lo dé a conocer; y, con su voz paterna y autorizada, llame a sus hijos a vivir en este reino tan santo. Que el Fiat Supremo lo envuelva, y forme el primer Sol del Querer Divino en su Representante en la tierra; y, formando su vida primaria en Aquel que es el jefe de toda la Iglesia, extienda sus rayos interminables a todo el mundo, y, eclipsando a todos con su luz, forme un solo rebaño y un solo Pastor.
El segundo llamamiento lo hago a todos los sacerdotes. Postrada a los pies de cada uno, pido, imploro, que se interesen por conocer la Divina Voluntad. Y les digo: el primer movimiento, el primer acto tomadlo de Ella, más aún, encerraos en el Fiat, y sentiréis cuán dulce y querida es su vida; sacaréis de ella toda vuestra actividad; sentiréis en vosotros una fuerza divina, una voz que siempre habla, que os dirá cosas admirables, jamás escuchadas; percibiréis una luz que eclipsará todos los males y, conmoviendo a los pueblos, os dará el dominio sobre ellos.
¡Cuántos esfuerzos hechos sin fruto, porque falta la vida de la Divina Voluntad! Habéis dado a los pueblos un pan sin la levadura del Fiat, y por eso ellos, al comerlo, lo han encontrado duro, casi indigerible; y, al no sentir la vida en ellos, no se han rendido a vuestras enseñanzas. Por eso, comed vosotros este pan del Fiat Divino; así formaréis con todos su vida y una sola voluntad.
El tercer llamamiento lo hago al mundo entero, a todos mis hermanos y hermanas e hijos míos. ¿Sabéis por qué os llamo a todos? Porque quiero dar a todos la vida de la Divina Voluntad. Es más que el aire, que todos podemos respirar; es como el sol, del que todos podemos recibir el bien de la luz; es como un latido del corazón, que en todos quiere palpitar; y yo, como niña pequeña, quiero, suspiro por que todos recibáis la vida del Fiat. ¡Oh!, si supieseis cuántos bienes recibiríais, daríais la vida por hacer que reinara en todos vosotros.
Esta Pequeñita os quiere decir otro secreto, que le ha confiado Jesús; y os lo digo para que me deis vuestra voluntad y, en cambio, recibáis la de Dios, que os hará felices en el alma y en el cuerpo.
¿Queréis saber por qué la tierra no produce?, ¿por qué en varios lugares del mundo la tierra, con los terremotos, a menudo se abre y sepulta en su seno a ciudades y personas?, ¿por qué el viento y el agua forman tempestades y devastan todo?, ¿por qué existen tantos males, que todos conocéis?
Porque las cosas creadas poseen una Voluntad Divina, que las domina, y por eso son poderosas y dominadoras; son más nobles que nosotros, porque nosotros estamos dominados por una voluntad humana, y por eso somos viles, débiles e impotentes. Si por nuestra suerte renunciamos a la voluntad humana y tomamos la vida del Querer Divino, entonces también nosotros seremos fuertes, dominadores; seremos hermanos de todas las cosas creadas, las cuales no sólo ya no nos molestarán, sino que nos darán el dominio sobre ellas, y seremos felices en el tiempo y en la eternidad.
¿Estáis contentos? Así pues, apresuraos: escuchad a esta pobre Pequeñita que os quiere tanto. Y yo estaré contenta entonces, cuando pueda decir que todos mis hermanos y hermanas son Reyes y Reinas, porque todos poseen la vida de la Divina Voluntad.
¡Animo!, pues; responded a mi llamamiento.
Sí, suspiro por que todos a coro me respondáis: y mucho más, porque no soy yo sola la que llamo, la que os lo pido: junto conmigo, os llama, con voz tierna y conmovedora, mi dulce Jesús, que tantas veces, incluso llorando, nos dice: «Tomad para vuestra vida mi Voluntad; venid al reino de Ella».
Sabed que el primero en rogar al Padre Celestial para que venga Su Reino y se haga su Voluntad en la tierra como en el Cielo, fue Nuestro Señor, cuando dijo el Pater Noster, y transmitiéndonos Su oración, nos llamó a nosotros, y nos invitó a todos a pedir el «Fiat Voluntas Tua sicut in coelo et in terra».
Por eso, cada vez que recéis el Pater, Jesús siente tan gran deseo de querer daros su Reino, su Fiat, que corre a decir junto con nosotros: «Padre mío, soy yo quien te lo pido para mis hijos, apresúrate». Por tanto, el primero que ora es Jesús mismo, y luego también vosotros lo pedís en el Pater. Así pues, ¿no queréis un bien tan grande?
Una última palabra.
Sabed que esta Niña pequeña, al ver los anhelos, los delirios, las lágrimas de Jesús, deseoso de daros su Reino, su Fiat, tiene tanto anhelo, tantos suspiros, tantas ansias de veros a todos en el Reino de la Divina Voluntad, a todos felices para hacer sonreír a Jesús, que, si no lo logra con oraciones, con lágrimas, tratará de lograrlo con caprichos, tanto ante Jesús como ante vosotros.
Escuchad, por tanto, a esta Pequeñita; no la hagáis suspirar más; decidle, por favor: «así sea, así sea... Todos queremos el reino de la Divina Voluntad. Fiat» (1).