El Espíritu Santo y los Sacramentos

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 “El giro” o “vuelo” del alma en la Divina Voluntad encuentra el dolor y los gemidos del Espíritu Santo en los Sacramentos y el alma le da en cada uno la correspondencia de amor debida

 

 Estaba según mi costumbre fundiéndome en el Santo Querer Divino y buscaba, por cuanto me era posible, corresponder con mi pequeño amor a mi Jesús por todo lo que ha hecho en la Redención, y mi amable y dulce amor Jesús, moviéndose en mi interior me ha dicho:

“Hija mía, con tu vuelo en mi Voluntad ponte en todos los Sacramentos instituidos por Mí, desciende en el fondo de ellos para darme tu pequeña correspondencia de amor.  ¡Oh!  Cuántas lágrimas mías secretas encontrarás en ellos, cuántos suspiros amargos, cuántos gemidos ahogados del Espíritu Santo, su gemido es continuo por las tantas desilusiones de nuestro amor.  Los Sacramentos fueron instituidos para continuar mi Vida sobre la tierra en medio de mis hijos, pero, ¡ay de Mí, cuántos dolores!  Por eso siento la necesidad de tu pequeño amor, será pequeño, pero mi Voluntad me lo hará grande; mi amor no tolera para quien debe vivir en mi Voluntad, que no se asocie a mis dolores y que no me dé su pequeña correspondencia de amor por todo lo que he hecho y sufro, por eso hija mía ve como gime mi amor en los Sacramentos:

 Si veo bautizar al recién nacido lloro de dolor, porque mientras con el bautismo le restituyo la inocencia, reencuentro de nuevo a mi hijo, le restituyo los derechos perdidos sobre la Creación, le sonrío de amor y complacencia, le pongo en fuga al enemigo, a fin de que no tenga más derecho sobre él, lo confío a los ángeles, todo el Cielo le hace fiesta, pero rápidamente la sonrisa se me cambia en dolor, la fiesta en luto, veo que aquel bautizado será un enemigo mío, un nuevo Adán, y quizá también un alma perdida.  ¡Oh!  Cómo gime mi amor en cada bautismo, especialmente si se agrega que el ministro que bautiza no lo hace con el respeto, dignidad y decoro que conviene a un Sacramento que contiene la nueva regeneración.  ¡Ay!  Muchas veces se está más atento a una bagatela, a una escena cualquiera que a administrar un Sacramento, así que mi amor se siente herir por el bautizante y por el bautizado y gime con gemidos inenarrables.  ¿No quisieras tú darme por cada bautismo una correspondencia de amor, un gemido amoroso para hacer compañía a mis dolientes gemidos?

 Pasa al Sacramento de la confirmación, ¡ay, cuántos suspiros amargos!  Mientras que con la confirmación le devuelvo el ánimo, le restituyo las fuerzas perdidas volviéndolo invencible ante todos los enemigos, ante sus pasiones, viene admitido en las filas de las milicias de su Creador a fin de que milite para adquirir la patria celestial, el Espíritu Santo le vuelve a dar su beso amoroso, le prodiga mil caricias y se ofrece como compañero de su vida, pero muchas veces se siente restituir el beso del traidor, despreciar sus caricias y huir de su compañía.  Cuántos gemidos, cuántos suspiros para que vuelva, cuántas voces secretas al corazón a quien huye de Él, hasta cansarse por su hablar; pero qué, en vano.  Por eso, ¿no quieres tú poner tu correspondencia de amor, el beso amoroso, tu compañía al Espíritu Santo que gime por tanto desconocimiento que le hacen?

 Pero no te detengas, vuela aún y escucharás los gemidos angustiosos del Espíritu Santo en el Sacramento de la penitencia.  ¡Cuánta ingratitud, cuántos abusos y profanaciones por parte de quien lo administra y por parte de quien lo recibe!  En este Sacramento mi sangre se pone en acto sobre el pecador arrepentido para descender a su alma para lavarlo, para embellecerlo, sanarlo y fortificarlo, para restituirle la gracia perdida, para ponerle en las manos las llaves del Cielo que el pecado le había arrancado, para sellar sobre su frente el beso pacífico del perdón; pero, ¡ay! cuántos gemidos desgarradores al ver acercarse a las almas a este Sacramento de la penitencia sin dolor, por costumbre, casi por un desahogo del corazón humano; otras, horrible es decirlo,  en vez de ir a encontrar la vida del alma, de la gracia, van a encontrar la muerte, a desahogar sus pasiones, así que el Sacramento se reduce a una burla, a una buena charla, y mi sangre en vez de descender en ellas como lavado, desciende como fuego que las esteriliza mayormente. 

Así que en cada confesión nuestro amor llora inconsolablemente, y sollozando repite:  ‘Ingratitud humana, cómo eres grande, por todas partes buscas ofenderme, y mientras te ofrezco la vida tú cambias en muerte la misma vida que te ofrezco”.  Ve entonces cómo nuestros gemidos esperan tu correspondencia de amor en el Sacramento de la penitencia.

Tu amor no se detenga, recorra todos los tabernáculos, cada hostia sacramental, y en cada hostia oirás gemir al Espíritu Santo con dolor inenarrable.  El Sacramento de la Eucaristía no es sólo su vida que reciben las almas, sino es mi misma Vida que se da a ellas, así que el fruto de este Sacramento es formar mi Vida en ellas, y cada comunión sirve para hacer crecer mi Vida, para desarrollarla de modo de poder decir:  ‘Yo soy otro Cristo’.

 Pero, ¡ay de Mí! qué pocos lo aprovechan, es más, cuántas veces desciendo en los corazones y me hacen encontrar las armas para herirme, y me repiten la tragedia de mi Pasión, y en cuanto se consumen las especies Sacramentales, en vez de incitarme a quedar con ellas soy obligado a salir bañado en lágrimas, llorando mi suerte Sacramental, y no encuentro quién calme mi llanto y mis gemidos dolientes.

Si tú pudieses romper los velos de la hostia que me cubren, me encontrarías bañado en llanto conociendo la suerte que me espera al descender en los corazones.  Por eso tu correspondencia de amor por cada hostia sea continuo, para calmarme el llanto y volver menos dolorosos los gemidos del Espíritu Santo.

 No te detengas, de otra manera no te encontraremos siempre junto en nuestros gemidos y en nuestras lágrimas secretas, sentiremos el vacío de tu correspondencia de amor.  Desciende en el Sacramento del orden, aquí sí, encontrarás nuestros más íntimos dolores escondidos, las lágrimas más amargas, los gemidos más desgarradores. 

El orden constituye al hombre a una altura suprema, de un carácter divino, lo hace el repetidor de mi Vida, el administrador de los Sacramentos, el revelador de mis secretos, de mi Evangelio, de la ciencia más sagrada, el pacificador entre el Cielo y la tierra, el portador de Jesús a las almas; pero, ¡ay de Mí!  Cuántas veces vemos en el ordenado que será un nuevo Judas, un usurpador del carácter que le ha sido impreso. 

¡Oh! cómo gime el Espíritu Santo al ver en el ordenado arrancarse las cosas más sagradas, el carácter más grande que existe entre el Cielo y la tierra; cuántas profanaciones, cada acto de este ordenado hecho no según el carácter impreso, será un grito de dolor, un llanto amargo, un gemido desgarrador. 

El orden es el Sacramento que encierra todos los demás Sacramentos juntos, por eso si el ordenado sabe conservar en sí, íntegro el carácter recibido, pondrá casi a salvo todos los otros Sacramentos, será él el defensor y el salvador del mismo Jesús.  Por eso, no viendo esto en el ordenado, nuestros dolores se concentran más, nuestros gemidos se vuelven más continuos y dolientes, por eso corra tu correspondencia de amor en cada acto sacerdotal para hacer compañía al amor gimiente del Espíritu Santo.

 Pon atento el oído de tu corazón y escucha nuestros profundos gemidos en el Sacramento del matrimonio.  ¡Cuántos desórdenes en él!  El matrimonio fue elevado por Mí a Sacramento para poner en él un vínculo sagrado, el símbolo de la Trinidad Sacrosanta, el amor divino que Ella encierra, así que el amor que debía reinar en el padre, en la madre y en los hijos, la concordia, la paz, debía simbolizar a la Familia Celestial.  Así que debía tener sobre la tierra tantas otras familias semejantes a la Familia del Creador, destinadas a poblar la tierra como otros tantos ángeles terrestres, para conducirlos a poblar las regiones Celestes.  Pero, ¡ay! cuántos gemidos al ver formar en el matrimonio familias de pecado, que simbolizan el infierno con la discordia, con el desamor, con el odio, que pueblan la tierra como tantos ángeles rebeldes que servirán para poblar el infierno. 

El Espíritu Santo gime con gemidos desgarradores en cada matrimonio al ver formar en la tierra tantas cuevas infernales.  Por eso pon tu correspondencia de amor en cada matrimonio, en cada criatura que viene a la luz, así tu gemido amoroso volverá menos dolientes nuestros gemidos continuos.

 Nuestros gemidos no han terminado aún, por eso tu correspondencia de amor llegue al lecho del moribundo cuando le es administrado el Sacramento de la extrema unción.  Pero, ¡ay! cuántos gemidos, cuántas lágrimas nuestras secretas, este Sacramento contiene la virtud de poner a salvo a cualquier costo al pecador agonizante, es la confirmación de la santidad a los buenos y a los santos, es el último vínculo que pone, con su unción, entre la criatura y Dios, es el sello del Cielo que imprime en el alma redimida, es la infusión de los méritos del Redentor para enriquecerla, purificarla y embellecerla, es la última pincelada que da el Espíritu Santo para disponerla a partir de la tierra para hacerla comparecer ante su Creador.

  En suma, con la extrema unción es el último desahogo de nuestro amor y la última vestidura del alma, es el ordenamiento de todas las obras buenas, por esto obra en modo sorprendente en los vivos a la gracia; con la extrema unción el alma es cubierta como por un rocío celestial que le apaga como de un solo soplo las pasiones, el apego a la tierra y a todo lo que no pertenece al Cielo. 

Pero, ay de Mí, cuántos gemidos, cuántas lágrimas amargas, cuántas indisposiciones, cuántos descuidos, cuántas almas perdidas, qué pocas santidades encuentra para confirmar, qué escasas obras buenas para reordenar y confirmar.  ¡Oh! si nuestros gemidos, nuestro llanto en el lecho del agonizante en el acto de administrar el Sacramento de la extrema unción pudieran ser escuchados por todos, todos llorarían de dolor; ¿no quieres darnos tu correspondencia de amor por cada vez que es administrado este Sacramento, que es el último desahogo de nuestro amor hacia la criatura?  Nuestra Voluntad te espera en todas partes para tener tu correspondencia de amor y la compañía a nuestros gemidos y suspiros”.  Vol. 18  Noviembre 5, 1925