Volúmen 1
Otras veces me decía: “También quiero que si las personas te mortifican, te injurian, te contradicen, la mirada también fija en Mí, pensando que con mi misma boca te digo:
“Hija, soy propiamente Yo que quiero que sufras esto, no las criaturas, aleja la mirada de ellas, sino sólo Yo y tú siempre, todas las demás destrúyelas.
Mira, quiero hacerte bella por medio de estos sufrimientos, te quiero enriquecer con méritos, quiero trabajar tu alma, volverte similar a Mí. Tú me harás un regalo, me agradecerás afectuosamente, serás agradecida con aquellas personas que te dan ocasión de sufrir, recompensándolas con algún beneficio.
Haciendo así caminarás recta ante Mí, ninguna cosa te dará más inquietud y gozarás siempre paz”.
Espíritu de mortificación.
Después de algún tiempo en que traté de ejercitarme en estas cosas, a veces haciendo y a veces cayendo (si bien veo claro que aun me falta este espíritu de rectitud y siempre quedo más confundida pensando en tanta ingratitud mía), Jesús me habló y me hizo entender la necesidad del espíritu de mortificación, (si bien me recuerdo que en todas estas cosas que me decía, me agregaba siempre que todo debía ser hecho por amor suyo, y que las virtudes más bellas, los sacrificios más grandes, se volvían insípidos si no tenían principio en el amor. La caridad, me decía, es una virtud que da vida y esplendor a todas las demás, de modo que sin ella todas están muertas y mis ojos no sienten ningún atractivo, y no tienen ninguna fuerza sobre mi corazón; estate pues atenta y haz que tus obras, aun las mínimas estén investidas por la caridad, esto es, en Mí, conmigo y por Mí). Ahora vayamos directamente a la mortificación.
“Quiero”, me decía, “que en todas tus cosas, hasta las necesarias, sean hechas con espíritu de sacrificio. Mira, tus obras no pueden ser reconocidas por Mí como mías si no tienen la marca de la mortificación. Así como la moneda no es reconocida por los pueblos si no contiene en sí misma la imagen de su rey, es más, es despreciada y no tomada en cuenta, así es de tus obras, si no tienen el injerto con mi cruz no pueden tener ningún valor. Mira, ahora no se trata de destruir a las criaturas, sino a ti misma, de hacerte morir para vivir solamente en Mí y de mi misma Vida. Es verdad que te costará más que lo que has hecho, pero ten valor, no temas, no lo harás tú sino Yo que obraré en ti”.
Entonces recibía otras luces sobre la aniquilación de mí misma y me decía:
“Tú no eres otra cosa que una sombra, que mientras quieres tomarla te huye, tú eres nada”.
Yo me sentía tan aniquilada que habría querido esconderme en los más profundos abismos, pero me veía imposibilitada para hacerlo, sentía tal vergüenza que quedaba muda. Mientras estaba en este reconocimiento de mi nada, Él me decía:
“Ponte junto a Mí, apóyate en mi brazo, Yo te sostendré con mis manos y tú recibirás fuerza. Tú estás ciega, pero mi luz te servirá de guía. Mira, me pondré delante y tú no harás otra cosa que mirarme para imitarme”.
Después me decía: “La primera cosa que quiero que mortifiques es tu voluntad, aquel “yo” se debe destruir en ti, quiero que la tengas sacrificada como víctima ante Mí, para hacer que de tu voluntad y de la mía se forme una sola. ¿No estás contenta?”
Sí Señor, pero dame la Gracia, porque veo que por mí nada puedo. Y Él continuaba diciéndome:
“Sí, Yo mismo te contradiré en todo, y a veces por medio de las criaturas”.
Y sucedía así. Por ejemplo: Si en la mañana me despertaba y no me levantaba enseguida, la voz interna me decía: “Tú descansas, y Yo no tuve otro lecho que la cruz, pronto, pronto, no tanta satisfacción”.
Si caminaba y mi vista se iba un poco lejos, pronto me reprendía: “No quiero, tu vista no la alejes de ti más allá que la distancia de un paso a otro, para hacer que no tropieces”.
Si me encontraba en el campo y veía flores, árboles, me decía: “Yo todo lo he creado por amor tuyo, tú priva a tu vista de este contento por amor mío”.
Aun en las cosas más inocentes y santas, como por ejemplo los ornamentos de los altares, las procesiones, me decía: “No debes tomar otro placer que en Mí solo”.
Si mientras trabajaba estaba sentada, me decía: “Estás demasiado cómoda, ¿no te acuerdas que mi Vida fue un continuo penar? ¿Y tú? ¿Y tú?”.
Enseguida, para contentarlo me sentaba en la mitad de la silla y la otra mitad la dejaba vacía, y algunas veces en broma le decía: “Mira, oh Señor, la mitad de la silla está vacía, ven a sentarte junto a mí”. Alguna vez me parecía que me contentaba y sentía tanto gusto que yo misma no sé decirlo. Algunas veces que estaba trabajando con lentitud y desganada me decía: “Pronto, apúrate, que el tiempo que ganarás apurándote vendrás a pasarlo junto Conmigo en la oración”.
A veces Él mismo me indicaba cuánto trabajo debía hacer. Yo le pedía que viniera a ayudarme. “Sí, sí,” me respondía, “lo haremos juntos a fin de que después que hayas terminado quedemos más libres”. Y sucedía que en una hora o dos hacía lo que debía hacer en todo el día, después me iba a hacer oración y me daba tantas luces y me decía tantas cosas, que el querer decirlas sería demasiado largo. Recuerdo que mientras estaba sola trabajando, veía que no alcanzaba el hilo para completar aquel trabajo y que tendría necesidad de ir con la familia para buscarlo, entonces me dirigía a Él y le decía: “En qué aprovecha amado mío el haberme ayudado, pues ahora veo que tengo necesidad de ir a la familia, y puedo encontrar personas y me impedirán venir de nuevo, y entonces nuestra conversación terminará”. “Qué, qué,” me decía, “¿y tú tienes fe?” “Sí”. “Pues no temas, te haré terminar todo”. Y así sucedía, y luego me ponía a rezar.
Si llegaba la hora de la comida y comía alguna cosa agradable, súbito me reprendía internamente diciendo: “¿Tal vez te has olvidado que Yo no tuve otro gusto que sufrir por amor tuyo, y que tú no debes tener otro gusto que el mortificarte por amor mío? Déjalo y come lo que no te agrada”. Y yo enseguida lo tomaba y lo llevaba a la persona que ayudaba en el servicio, o bien decía que ya no quería, y muchas veces me la pasaba casi en ayunas, pero cuando iba a la oración recibía tanta fuerza y sentía tal saciedad, que sentía náusea de todo lo demás.
Otras veces para contradecirme, si no tenía ganas de comer, me decía: “Quiero que comas por amor mío, y mientras el alimento se une al cuerpo, pídeme que mi Amor se una con tu alma y quedarán santificadas todas las cosas”.
En una palabra, sin ir más lejos, aun en las cosas más mínimas trataba de hacer morir mi voluntad, para hacer que viviera sólo para Él. Permitía que hasta el confesor me contradijera, como por ejemplo: Sentía un gran deseo de recibir la comunión, todo el día y la noche no hacía otra cosa que prepararme, mis ojos no se podían cerrar al sueño por los continuos latidos del corazón y le decía: “Señor, apresúrate porque no puedo estar sin Ti, acelera las horas, haz que surja pronto el sol porque yo no puedo más, mi corazón desfallece”. Él mismo me hacía ciertas invitaciones amorosas con las que me sentía despedazar el corazón; me decía: “Mira, Yo estoy solo, no sientas pena de que no puedes dormir, se trata de hacer compañía a tu Dios, a tu Esposo, a tu Todo, que es continuamente ofendido, ¡ah! no me niegues este consuelo, que después en tus aflicciones Yo no te dejaré”. Mientras estaba con estas disposiciones, por la mañana iba con el confesor y sin saber por qué, la primera cosa que me decía era: “No quiero que recibas la Comunión”. Digo la verdad, me resultaba tan amargo que a veces no hacía otra cosa que llorar, al confesor no me atrevía a decirle nada, porque así quería Jesús que hiciera, de otra manera me reprendía; pero yo iba con Él y le decía mi pena: “Ah Bien mío, ¿para esto la vigilia que hemos hecho esta noche, que después de tanto esperar y desear, debía quedar privada de Ti? Sé bien que debo obedecer, pero dime, ¿puedo estar sin Ti? ¿Quién me dará la fuerza? Y además, ¿cómo tendré el valor de irme de esta iglesia sin llevarte conmigo? Yo no sé qué hacer, pero Tú puedes remediar a todo”. Mientras así me desahogaba, sentía venir un fuego junto a mí, entrar una llama en el corazón y lo sentía dentro de mí, y enseguida me decía: “Cálmate, cálmate, heme aquí, estoy ya en tu corazón, ¿de qué temes ahora? No te aflijas más, Yo mismo te quiero enjugar las lágrimas, tienes razón, tú no podías estar sin Mí, ¿no es verdad?”.
Yo entonces quedaba tan aniquilada en mí misma por esto, y le decía que si yo fuera buena, Él no lo habría dispuesto así, y le pedía que no me dejara más, que sin Él no quería estar.
Después de estas cosas, un día, después de la Comunión lo sentía en mí todo amor, y que me amaba tanto, que yo misma quedaba maravillada, porque me veía tan mala y sin corresponder, y decía dentro de mí: “Al menos fuera buena y le correspondiera, tengo temor de que me deje (este temor de que me deje lo he tenido siempre y aún lo tengo, y a veces es tanta la pena que siento, que creo que la pena de la muerte sería menor, y si Él mismo no viene a calmarme no sé darme paz) y en cambio quiere estrecharse más íntimamente a mí”. Y mientras así me lo sentía dentro de mí, con voz interna me dijo:
VOLUMEN 3
3-32 Enero 28, 1900
La mortificación.
Continúa lo mismo. Esta mañana Jesús me ha transportado fuera de mí misma, y después de tanto tiempo parece que he visto a Jesús con claridad, pero me veía tan mala que no me atrevía a decir una sola palabra, nos mirábamos, pero en silencio; en aquellas mutuas miradas comprendía que mi buen Jesús estaba lleno de amargura, pero no me atrevía a decirle que las derramara en mí. Entonces Él mismo se ha acercado y ha comenzado a derramarlas, y yo no pudiendo contenerlas, conforme las recibía las echaba por tierra. Entonces Él me dijo:
“¿Qué haces? ¿No quieres participar más en mis amarguras? ¿No quieres darme más alivio en mis penas?”
Y yo: “Señor, no es mi voluntad, yo misma no sé qué cosa me ha sucedido, me siento tan llena que no tengo donde contenerlas, sólo un prodigio tuyo puede ensanchar mi interior y así podré recibir tus amarguras”.
Entonces Jesús me ha signado con una señal grande de cruz y ha derramado de nuevo, así parece que he podido contenerlas, y después ha agregado:
“Hija mía, la mortificación es como el fuego que hace secar todos los humores; así la mortificación seca todos los humores malos que hay en el alma y la inunda de un humor santificante, de modo que hace germinar las más bellas virtudes”.
VOL. 3 Febrero 13, 1900
La mortificación es como la cal.
Esta mañana después de haber recibido la comunión he visto a mi adorable Jesús, pero todo cambiado de aspecto. Me parecía serio, todo reservado, en acto de reprenderme. ¡Qué desgarrador cambio! Mi pobre corazón, en vez de ser aliviado, me lo sentía más oprimido, más traspasado ante el aspecto tan insólito de Jesús. Sin embargo sentía toda la necesidad de un alivio por las penas sufridas en los pasados días por su privación, en que me parecía que vivía, pero agonizante y en continua violencia. Pero Jesús bendito, queriendo reprenderme porque iba buscando alivio debido a su presencia, mientras que no debía buscar otra cosa que sufrir, me ha dicho:
“Así como la cal tiene virtud de quemar los objetos que se meten en ella, así la mortificación tiene virtud de quemar todas las imperfecciones y los defectos que se encuentran en el alma, y llega a tanto, que espiritualiza aun el cuerpo, y como un cerco se pone alrededor, y ahí sella todas las virtudes. Hasta en tanto que la mortificación no te queme bien, tanto el alma como el cuerpo, hasta deshacerlo, no podré sellar perfectamente en ti la marca de mi crucifixión”.
Después de esto, no sé decir bien quién fuese, pero me parecía que fuese un ángel, me ha traspasado las manos y los pies, y Jesús con una lanza que salía de su corazón, me ha traspasado el mío con extremo dolor y ha desaparecido dejándome más afligida que antes.
¡Oh, cómo comprendía bien la necesidad de la mortificación, mi inseparable amiga, y que en mí no existía ni siquiera la sombra de amistad con ella! ¡Ah! Señor, átame Tú con indisoluble amistad a esta buena amiga, porque por mí no sé mostrarme más que toda rudeza, y ella no viéndose acogida por mí con buena cara, usa conmigo todas las consideraciones, me va rehuyendo siempre, temiendo que le vaya a voltear la espalda del todo, y jamás cumple conmigo su bello y majestuoso trabajo, porque debido a que estamos un poco lejanos, sus manos prodigiosas no llegan hasta mí para poderme trabajar y presentarme ante Ti como obra digna de sus santísimas manos.
3-38 Febrero 16, 1900
La mortificación debe ser el respiro del alma.
Continúa casi siempre lo mismo. Esta mañana, después de haberme renovado las penas de la crucifixión me ha dicho:
“La mortificación debe ser el respiro del alma. Así como al cuerpo le es necesaria la respiración, y del aire bueno o malo que se respira así queda infectado o purificado, también por la respiración se conoce si está sano o enfermo el interior del hombre, si todas las partes vitales están de acuerdo, así el alma: si respira el aire de la mortificación, todo estará en ella purificado, todos sus sentidos sonarán con un mismo sonido concordante, su interior exhalará un respiro balsámico, saludable, fortificante; pero si no respira el aire de la mortificación todo será discordante en el alma, exhalará un respiro maloliente y nauseante; mientras está por domar una pasión, otra se desenfrena. En suma, su vida no será otra cosa que un juego de niños”.
Me parecía ver a la mortificación como un instrumento musical, en el cual, si todas las cuerdas están buenas y fuertes, produce un sonido armonioso y agradable, pero si las cuerdas no son buenas, ahora hay que reparar una, ahora hay que afinar otra, por lo que todo el tiempo lo emplea en ajustarlo, pero jamás en tocarlo, a lo más podrá emitir un sonido discordante y desagradable, por eso jamás hará nada de bueno.
3-41 Febrero 21, 1900
El don de la pureza es gracia conseguida, y esta se obtiene con la mortificación.
Esta mañana mi amable Jesús ha comenzado a hacer sus acostumbradas demoras. Sea siempre bendito; de verdad que se necesita una paciencia de santo para soportarlo, y hay que tratar con Jesús para saber cuánta paciencia se necesita. Quien no lo experimenta no puede creerlo, y es casi imposible no tener algún pequeño disgusto con Él. Entonces, después de haber usado la paciencia al esperarlo y esperarlo, finalmente ha venido y me ha dicho:
“Hija mía, el don de la pureza no es don natural, sino que es gracia conseguida, y esta se obtiene con volverse atractiva, y el alma se hace tal con la mortificación y los sufrimientos. ¡Oh, cómo se vuelve atractiva el alma mortificada y sufriente, cómo es hermosa, y Yo siento tal atracción hacia ella que enloquezco por esta alma y todo lo que quiere le doy. Tú, cuando estés privada de Mí, sufre mi privación, que es la pena más dolorosa para ti, por amor mío, y Yo sentiré más atracción que antes y te concederé nuevos dones”.
VOLUMEN 4
4-79
Agosto 5, 1901
Cómo las mortificaciones son los ojos del alma.
Encontrándome en mi habitual estado, mi bendito Jesús tardaba en venir y yo me sentía morir por la pena de su privación, cuando de improviso ha venido y me ha dicho:
Hija mía, así como los ojos son la vista del cuerpo, así la mortificación es la vista del alma, así que la mortificación se puede decir ojos del alma”.
Y ha desaparecido.
Junio 17, 1902
La mortificación produce la gloria.
Esta mañana cuando vi a mi amado Jesús, parecía que tenía un papel escrito en la mano en el que se leía:
“La mortificación produce la gloria. Quien quiere encontrar la fuente de todos los placeres, debe alejarse de todo lo que pueda disgustar a Dios”.
Dicho esto ha desaparecido.
VOLUMEN 6
La mortificación derrumba todo e inmola todo a Dios.
Continuando mi habitual estado, y estando con suma amargura por las continuas privaciones de mi adorable Jesús, se ha hecho ver diciéndome:
“Hija mía, la primera mina que se debe arrojar en el interior del alma es la mortificación, y cuando esta mina se pone en el alma echa por tierra todo, e inmola todo a Dios, porque en el alma hay como tantos palacios, pero todos de vicios, como sería el orgullo, la desobediencia y tantos otros vicios, y la mina de la mortificación derrumbándolo todo reedifica muchos otros palacios de virtudes, inmolándolos y sacrificándolos todos a la gloria de Dios”.
Dicho esto ha desaparecido, y después ha venido el demonio que sólo quería molestarme, y yo sin sentir miedo le he dicho:
“¿Qué ganas con molestarme? Quieres aparentar ser más valiente, toma un palo y golpéame hasta no dejarme ni siquiera una gota de sangre, entendiendo sin embargo, que cada gota de sangre que derrame es un testimonio de más de amor, de reparación y de gloria que intento dar a mi Dios”.
Y aquél:
“No encuentro palos para poderte golpear, y si voy a buscarlo tú no me esperas”.
Y yo: “Ve entonces que aquí te espero”. Y así se ha ido, quedando yo con la firme voluntad de esperarlo, cuando con mi sorpresa he visto que habiéndose encontrado con otro demonio iban diciendo: “Es inútil que regresemos, ¿en qué aprovecha el golpear si debe servir para nuestro daño y con nuestra pérdida? Es bueno hacer sufrir a quien no quiere sufrir, porque éste ofende a Dios, pero a quien quiere sufrir, nos hacemos mal con nuestras manos”. Y no ha regresado, quedando yo mortificada. Vol. 6 del 28 de Mayo de 1904.
6-73 Septiembre 27, 1904
Lo que agrada más a Jesús es el sacrificio voluntario.
Las dotes naturales son luz que sirve al hombre para
encaminarlo en el camino del bien.
Continuando mi habitual estado, he visto a mi bendito Jesús casi en acto de castigar a las gentes, y habiéndole rogado que se aplacara me ha dicho:
“Hija mía, la ingratitud humana es horrenda; no sólo los sacramentos, la gracia, las luces, las ayudas que doy al hombre, sino también las mismas dotes naturales que le he dado, todas son luces que sirven para encaminarlo en el camino del bien, y por lo tanto para encontrar la propia felicidad, y el hombre convirtiendo todo esto en tinieblas, busca allí la propia ruina, y mientras allí busca la ruina dice que busca mi propio bien; ésta es la condición del hombre, ¿se puede dar ceguera e ingratitud más grande que ésta? Hija, mi único consuelo y gusto que me puede dar la criatura en estos tiempos, es el sacrificarse voluntariamente por Mí, porque habiendo sido mi sacrificio todo voluntario por ellos, donde encuentro la voluntad de sacrificarse por Mí, me siento como recompensado por lo que hice por ellos. Por eso, si quieres aliviarme y darme gusto, sacrifícate voluntariamente por Mí”.
6-74 Septiembre 28, 1904
Reprimirse a sí mismo vale más que adquirir un reino.
Esta mañana, no habiendo venido el dulcísimo Jesús me la he pasado muy mal, y no hacía otra cosa que reprimirme y forzarme a mí misma, y decía entre mí: “¿Qué más voy a hacer? ¿Para qué me sirve este reprimirme continuamente a mí misma?” Y mientras esto pensaba, como un relámpago ha venido y me ha dicho:
“Vale más reprimirse a sí mismo que adquirir un reino”.
Y ha desaparecido.
VOLUMEN 7
7-17 Mayo 15, 1906
El alma es como una esponja, que si se
exprime a sí misma, se impregna de Dios.
Continuando mi habitual estado, sentía una extrema aflicción por la privación del bendito Jesús, cansada y casi extenuada de fuerzas. Ahora, en cuanto se ha hecho ver en mi interior me ha dicho:
“Hija mía, lo que el alma debe hacer es un continuo exprimirse a sí misma, porque el alma es como una esponja, se exprime a sí misma y se impregna de Dios, y embebiéndose de Dios siente la Vida de Dios en sí misma, y por eso siente el amor a la virtud, siente tendencias santas, se siente vacía de sí misma y transformada en Dios, y si no se exprime a sí misma queda impregnada de sí misma, y por lo tanto siente todos los efectos que contiene la corrupta naturaleza, todos los vicios asoman la cabeza: La soberbia, la envidia, la desobediencia, la impureza, etc, etc”.
7-37 Agosto 10, 1906
Un contento de menos en la tierra, es
un paraíso de más en el Cielo.
Continuando mi habitual estado, en cuanto he visto al bendito Jesús me ha dicho:
“Hija mía, por cuantos mínimos placeres el alma se priva en esta vida por amor mío, otros tantos paraísos de más le daré en la otra vida; así que un contento de menos aquí, es un paraíso de más allá. Imagínate un poco cuántas privaciones has tenido tú en estos veinte años de cama por causa mía, y cuántos paraísos de más Yo te daré en el Cielo”.
Y yo al oír esto he dicho: “Mi bien, ¿qué dices? Yo me siento honrada y casi deudora de Ti porque me das la ocasión de poderme privar por amor tuyo, ¿y me dices que me darás otros tantos paraísos?”
Y Él ha agregado: “Y es exactamente así”.
Deo Gratias
VOLUMEN 9
Mayo 5, 1909
Los sufrimientos imprimen la Santidad de Jesús en el alma.
Encontrándome en mi habitual estado, en cuanto ha venido mi benigno Jesús se ha hecho oír con su dulce voz diciéndome:
“Hija mía, las mortificaciones, miserias, privaciones, dolores, cruces, sirven a quien se sirve de ellos para imprimir mi santidad en el alma, y para irse embellecido de todas las variedades de los colores divinos; además no son otra cosa que tantos perfumes de Cielo, con los cuales el alma queda toda perfumada”.