El principio del mal en el hombre.

Imagen de Mariu

El principio del mal en el hombre. Diferencia entre el amor de Jesús y el amor humano. Para entrar en el Cielo, el alma debe estar toda transformada en Jesús.

 Después de varios días de privación, esta mañana se ha dignado venir transportándome fuera de mí misma. Ahora, encontrándome ante Jesús bendito, veía mucha gente, y los males de la generación presente. Mi adorable Jesús los miraba con compasión y dirigiéndose a mí me ha dicho:

 “Hija mía, ¿quieres saber de dónde comenzó el mal en el hombre? El principio es que el hombre en cuanto se conoce a sí mismo, o sea, empieza a adquirir el uso de la razón, se dice a sí mismo: “Yo soy algo”, y creyéndose alguna cosa, se separa de Mí, no se fía de Mí que soy el Todo, y toda la confianza y fuerza la toma de él mismo, y de esto sucede que pierde hasta todo buen principio, y perdiendo el buen principio, ¿cuál será su fin? Imagínalo tú misma hija mía.

 Después, separándose de Mí que contengo todo bien, ¿qué puede esperar de bien el hombre, siendo él un océano de mal? Sin Mí todo es corrupción, miseria y sin ninguna sombra de verdadero bien, y esta es la sociedad presente”.

 Yo al oír esto sentía tal aflicción que no sabía expresarla, pero Jesús queriéndome consolar me ha transportado a otra parte, y yo encontrándome sola con mi amado Jesús le he dicho: “Dime, ¿me amas?”

 Y Él: “Sí”.

 Y yo: “No estoy contenta con el sí sólo, quisiera que me explicaras mejor cuánto me amas”.

 Y Él: “Es tanto mi amor por ti, que no sólo no tiene principio, sino que no tendrá fin, y en estas dos palabras puedes comprender cuán grande, fuerte y constante es mi amor por ti”.

 He considerado todo esto por un poco de tiempo, y veía un abismo de distancia entre mi amor y el suyo, y toda confundida he dicho: “Señor, ¡qué diferencia entre mi amor y el tuyo! El mío no sólo tiene principio, sino que en el pasado veo vacíos en mi alma de no haberte amado”.

 Y Jesús compadeciéndome toda me ha dicho:

 “Amada mía, no puede haber igualdad entre el amor del Creador y el de la criatura; sin embargo hoy te quiero decir una cosa que te será de consolación y que no has entendido: Debes saber que cada alma durante todo el curso de su vida está obligada a amarme constantemente, sin ningún intervalo, y no amándome siempre, quedan en el alma tantos vacíos por cuantos días, horas, minutos ha dejado de amarme, y nadie podrá entrar al Cielo si no ha llenado estos vacíos, y sólo podrá llenarlos, o amándome doblemente el resto de su vida, o si no alcanza los llenará a fuerza de fuego en el purgatorio. Ahora, tú cuando estás privada de Mí, la privación del objeto amado hace duplicar el amor, y con esto vienes a llenar los vacíos que hay en tu alma”.

 Después de esto le he dicho: “Dulce Bien mío, déjame ir junto contigo al Cielo, y si no quieres para siempre, al menos por un poco, ¡ah, te lo pido, conténtame!” Y Él me ha dicho:

 “¿No sabes tú que para entrar en esa bienaventurada morada el alma debe estar toda transformada en Mí, de manera que debe aparecer como otro Cristo? De otra manera, ¿qué papel harías en medio de los demás bienaventurados? Tú misma tendrías vergüenza de estar junto con ellos”.

 Y yo: “Es verdad que soy muy desemejante de Ti, pero si quieres puedes volverme tal”. Entonces para contentarme me encerró toda en Él, de modo que no me veía más a mí misma, sino a Jesucristo, y en este modo nos elevamos hacia el Cielo; llegados a un punto nos hemos encontrado ante una luz indescriptible, delante a aquella luz se experimentaba nueva vida, alegría insólita, jamás sentida, ¡cómo me sentía feliz! más bien me parecía encontrarme en la plenitud de toda la felicidad. Ahora, mientras nos adentramos en esa luz, yo sentía temor, hubiera querido alabarlo, agradecerlo, pero no sabiendo qué decir, he recitado tres Gloria Patri, y Jesús respondía junto conmigo; pero apenas terminadas, como relámpago me he encontrado en la mísera prisión de mi cuerpo. Ah Señor, ¿cómo es que tan poco ha durado mi felicidad? Parece que es demasiado duro el barro de mi cuerpo, pues se necesita mucho para romperse, e impide a mi alma marcharse de esta miserable tierra. Pero espero que algún golpe impetuoso lo quiera no sólo romper, sino pulverizar, y entonces, no teniendo ya casa donde podernos estar aquí, tengas compasión de mí y me acojas para siempre en la celestial morada. Vol. 4 del 16 de Julio de 1901.

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