Enviado por Mariu el
Son tantas las reflexiones sobre la vida en esta vida, si tomamos como “clave de lectura” el Padre nuestro, a la luz del cual encuentra suficiente comprensión el mistiero del hombre con sus múltiples paradojas y contradicciones (cfr Constitución del Concilio Vaticano II “Gaudium et Spes”, n. 10).
Se trata, en efecto, de un camino de regreso del hijo pródigo a la Casa del Padre. En la cual ese hijo –que era Adán y es la entera humanidad– era felíz, era rico, de nada tenía necesidad, no sabía él lo que es ignorancia, ni debilidad, ni sufrimiento, ni muerte.
Esto es de fe. Su ruina fue el pecado, dar la espalda a Dios su Padre haciendo algo contra la Voluntad de Dios que le daba la vida y todo.
Entonces Dios mismo, el Padre infinitamente bueno, cuando llegó “la plenitud de los tiempos”, vino a su encuentro a abrazarlo e salvarlo, con le brazos abiertos de Cristo en la Cruz. Y El nos ha enseñado a rezar Su oración, o sea, la nueva actitud de corazón hacia Dios, la nueva relación de confianza y amor al Padre. No más siervos, sino hijos amados.
Podemos notar que al decir el Padre nuestro parece como si recorrieramos precisamente la figura de Cristo crucificado:
“Padre nuestro que estás en los cielos”: y parece que el Padre Divino esté precisamente ahí, poco más arriba de la Cruz, mirando…
“Santificado sea tu Nombre”: y la mirada va al Rostro de Cristo. “Quien me ve a Mí –ha dicho– ve al Padre”…
“Venga a nosotros tu Reino”: ¿pero dónde está este Reino? He ahí el pecho, he ahí el Corazón de Jesús…
“Hágase tu Voluntad…” –y sus brazos estan abiertos–
“así en la tierra como en el Cielo”, de un extremo al otro, cuanto dista la derecha de la izquierda, de oriente a occidente, de norte a sur.
Hasta aquí hemos dicho “tuyo, tuya”… Pero en la segunda parte de la oración pedimos diciendo “nuestro” o de todas formas “nos, a nosotros”.
Sigamos contemplando:
“Danos hoy nuestro pan de cada día”: y vemos el vientre del Crucificado.
“Perdona nuestras ofensas…”, y ahí estan las rodillas contusionadas de Jesús. Pero en este punto, El, que ha dicho cada frase con nosotros, estando del lado del hombre, pasa de la parte de ese Dios que es, y unido al Padre y al Espíritu Santo añade:
“…como Nosotros perdonamos a los que Nos ofenden”. ¿Cómo habría podido poner nuestro modo de perdonar como modelo y medida del perdón divino? Es exactamente al contrario. Pero nosotros lo decimos junto con El para aprender a perdonar como El: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”.
“Y no nos dejes caer en la tentación”: la mirada va a los pies traspasados y deformados del Crucificado.
“Mas líbranos del mal”: y la mirada desciende más abajo de la Cruz, en lo profundo. Del mal y del maligno. También ésto es un recorrido. Dios es simple y es un solo Dios.
Así estas distintas frases expresan en realidad una sola petición –que dicha por Jesús es también una promesa–, una sola cosa con algunas consecuencias.
Como El ha dicho: “Buscad ante todo el Reino de Dios y su Justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura”. El Padre Divino será honrado y glorificado por sus hijos, que sentirán y vivirán como tales, cuando venga su Reino:
“santificado sea (por nosotros) tu Nombre”. ¿Y en qué consiste su Reino? Que su Voluntad sea para nosotros lo que es para El: la fuente de la vida, de las obras y de todo bien y felicidad.
Que sea para nosotros lo que es para Jesús: el Pan, el alimento que no conocemos, como dijo a sus discípulos en el episodio de la Samaritana.
Por eso, al pedir que nos dé hoy “nuestro pan de cada día” El pide no sólo el pan material –que, si tiene el poder de alimentar, es porque en él está la Voluntad del Padre–, sino que piensa también al Pan Eucarístico –el cual, aunque es El realmente vivo y presente, no logra ser eficaz y transformarnos, si no comemos también su Pan, que es la Voluntad del Padre.
Así que son tres los “panes” que pedimos, pero de los tres el decisivo es el de la Voluntad Divina en cuanto fuente y protagonista de todo en nuestra vida.
¿Debemos acaso dejar todo para después de la muerte, para el más allá? Pero entonces, ¿por qué decimos “venga” y no más bien “vayamos”?
¿Por qué decimos que ha de ser hecha “en la tierra” como se hace en el Cielo, precisamente de esa forma?
En una palabra, pedimos que el Padre y los hijos tengan la misma y única Voluntad: ésto es el resumen del Padre nuestro y de toda verdadera oración.
Ese día –que aún ha de venir– el “hijo pródigo” estará de nuevo en la Casa Paterna, en la Voluntad única de las tres Divinas Personas, que forma su Vida y su felicidad.
Entonces estará de nuevo “en el orden, en su puesto y en la finalidad por la que Dios lo creó”. Entonces será de nuevo rico, felíz y santo. Será de nuevo “a semejanza” de su Creador y Padre.
Mientras tanto estamos viviendo las fases decisivas de un drama, de una lucha apocalíptica, de “Reino contra reino”. Espectadores, actores y también objeto de la disputa.
¡Es la hora de la Decisión! “Nadie puede servir a dos amos”, ha dicho el Señor. O Dios o el propio yo.
“Será el amor de Dios llevado hasta el desprecio de sí, o será el amor de sí mismo llevado hasta el desprecio de Dios”, como dijo Juan Pablo II.
Será la Voluntad de Dios la que vence (si queremos) o será nuestra voluntad la que pierde, cuando queremos vencer excluyendo la Divina.
Si dejamos que en nosotros venza la Voluntad de Dios, con El también nosotros vencemos; si hacemos que prevalga la nuestra, junto con El también nosotros perdemos.
“Padre, si es posible, que pase de Mí este cáliz; ¡pero no se haga mi voluntad, sino la Tuya!”.
Y Jesús murió en la Cruz para expresar en Sí mismo esa oposición. Dos palos cruzados, dos troncos…, aquellos dos árboles reales y simbólicos del Paraíso: el árbol “de la Vida” y el “del conocimiento del bien y del mal”.
Figura de la Voluntad de Dios el primero, el palo vertical, que une Cielo y tierra; figura de la voluntad humana el segundo, el palo horizontal, que cuando se opone, atravesandose, dicendo “no quiero” crea la cruz, el dolor recíproco, ¡la muerte!
¡Qué tremendo Misterio! Dios quiso crear al hombre sólo por amor, para que fuera su hijo, su interlocutor, su heredero; para hacer de él un pequeño dios creado, ¡otro Sí mismo! Este Misterio, dice San Pablo, es “EL MISTERIO DE SU VOLUNTAD” (Ef. 1,9).
Frente a este “MISTERIO DE LA PIEDAD” aparece otro: el “MISTERIO DE LA IMPIEDAD”: “Sí, desde ahora el misterio de la impiedad está obrando” (2ª Tes. 2,7). Se trata del mismo que el Apocalipsis llama “un misterio, Babilonia la grande”, misterio de esa que está simbolizada en una gran prostituta y en la bestia sobre la que ella se sienta (Apoc. 17,5 e 7).
“Se levantará nación contra nación y REINO CONTRA REINO” (Mt. 24,7). Quedan así definidos LOS DOS MISTERIOS CONTRAPUESTOS del Apocalipsis (12 ss.):
EL MISTERIO DE LA PIEDAD EL MISTERIO DE LA DIVINA VOLUNTAD ª <<<< >>>> EL MISTERIO DE LA IMPIEDAD EL MISTERIO DE LA HUMANA VOLUNTAD ª
María, “Arca de la Alianza”, en el Santuario de Dios (la Divina Voluntad) ª <<<< >>>> “El dragón” (la serpiente antigua, llamado diablo y satanás) ª
“la Mujer vestida de Sol”, parturienta gloriosa de Cristo Rey. Es la Santa Iglesia, la Esposa del Cordero, la nueva Jerusalén. <<<< >>>> “la grande prostituta” que da a luz al Anticristo, “Babilonia la grande”.
ª ESTE MISTERIO O PROYECTO DE DIOS parte de un solo Cristo, del Hijo de Dios, para multiplicarse luego en tantos hijos de Dios semejantes a Jesús, que viven su misma Vida interior, que forman su Cuerpo Místico a partir de Aquel que es su Cabeza. <<<< >>>> ESTE MISTERIO DEL DEMONIO para imitar el Proyecto de Dios al revés parte de muchos anticristos (1 Jn 2,18- 19) concentrandose cada vez más hasta el último y más grande, formando así una especie de "anti-cuerpo místico", a partir de los pies" hasta su cabeza
Esto es lo que a fin de cuentas cuenta: ¿De qué parte –gota a gota, día tras día– nos estamos poniendo? Es la hora de la más grande y transcendental Decisión.
P. Pablo Martín