Conociendo a María.

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    Conociendo a María

 
Comparto esta interesante información que el Dr. Salvador Tomassiny nos obsequia, en su MURO con motivo de las Celebraciones en este mes, de Nuestra Madre Santísima.
10 de diciembre de 2013 a la(s) 0:15

El día de ayer se celebró la Inmaculada Concepción de nuestra Madre María, pero qué poco sabemos de Ella. Es nuestra Madre, y al mismo tiempo es la gran desconocida, ¿por qué esto? Sencilla la respuesta: Para conocer a María, necesario es conocer la Divina Voluntad, que fue su misma Vida.

 

Intentemos conocerla, y para comenzar vayamos al principio, a la creación de la familia humana:

La desobediencia de Adán transformó la naturaleza que Dios había creado, después de una eternidad de planearla, volviéndola no sólo fea, deforme, oscura, sino incapaz de recibir a su Creador para darle vida en ella, que era la finalidad para la cual fue creada; finalidad de relación de amor, de unificación con la naturaleza Divina.

 

Y aunque fue Adán el directamente responsable de dicha caída, no podemos soslayar el papel de Eva, pues ella, sin ser cabeza de misión, por lo que su desobediencia no alteró los planes de Dios, pero fue ella la que incitó a su pareja a desobedecer. Papel secundario, pero fundamental en el destino que habría de tomar la familia humana.

 

Esta deformidad permanece en el ser humano, sin posibilidad de revertirla por sí mismo, quedando en espera del cumplimiento de la promesa del Creador, promesa de un Redentor, que vendrá a restablecer lo perdido. Tendrá que venir Aquél, que será descendencia de la mujer (María) que aplastará la cabeza de la serpiente, quien por medio de engaños hizo nacer en la mujer (Eva) sentimientos y sensaciones diferentes.

 

Eva había sido formada sin mancha, vivió en un mundo puro, santo, pero libremente se entregó al mal. María vivió en un mundo corrompido, pero no quiso manchar su candor ni siquiera con el pensamiento que mirase al pecado.

 

María, Eva, dos mujeres iguales pero tan distintas. Las dos son inmaculadas, las dos comparten la maternidad de toda la familia humana. Una, por amor a sí misma arroja a su familia al caos; la otra, renunciando a su propio interés rescata a dicha familia, reclamándola para Ella.

 

Veamos algo de estas dos mujeres:

 

Dice María:

 

“Cuando comprendí la misión a que Dios me destinaba, me llené de gozo. Mi corazón se abrió como un lirio cerrado y proporcionó la sangre que sirvió de tierra al Germen del Señor.

 

Gozo de ser madre.

Desde mis primeros años me había consagrado a Dios porque la Luz del Altísimo me había iluminado la causa del mal del mundo y había querido, en lo que en mí estaba, borrar de mí las huellas de Satanás. No sabía que no tuviese mancha alguna. No podía pensarlo. El haberlo hecho hubiera sido presunción y soberbia, porque, nacida como todos los demás, no me era lícito pensar que yo era la elegida para ser la Inmaculada. El Espíritu de Dios me había dicho del dolor del Padre cuando Eva pecó, cuando se envileció, ella criatura de gracia, a un nivel de una criatura inferior. Tenía yo intención de consolar ese dolor, al conservar mi cuerpo puro, al conservarme pura en mis pensamientos, deseos y contactos humanos. Sólo para Él reservaba el palpitar de mi amor; sólo para Él la razón de mi ser. Pero si no existía en mí el ardor de la concupiscencia, sí existía el sacrificio de no ser madre.

 

El Padre, Creador, concedió la maternidad también a Eva libre de todo cuanto ahora la envilece. Una maternidad dulce y pura sin el lastre de los sentidos. Yo la probé ¡De cuánta riqueza se despojó Eva! Más que la Inmortalidad! Y no parezca exageración. Mi Jesús y yo con Él hemos conocido lo que significa el debilitamiento próximo a la muerte. Yo el dulce languidecer de quien cansado se duerme, Él el atroz debilitamiento de quien muere en el suplicio. Los dos, pues, morimos2. Pero la maternidad que me dejó intocable a mí la nueva Eva, la conocí para que pudiese decir al mundo cuál hubiera sido la dulce suerte de la mujer al dar a luz sin ningún sufrimiento. Y el deseo de esta maternidad pura podía existir y de hecho existía en mí, porque ella es la gloria de la mujer.

 

Si reflexionáis en la gran honra en que era tenida en Israel la mujer que llegaba a ser madre, podéis comprender mejor el sacrificio a que me comprometía al privarme de ella. El que es todo Bueno concedía a su sierva este don sin quitarme el candor de que me había revestido para ser una flor de su trono. Y yo me alegraba con el doble gozo de ser madre de un hombre y de ser Madre de Dios.

 

Gozo de ser Aquella por la que la paz, se consolida entre el cielo y la tierra.

¡Oh qué gozo el haber deseado esta paz por amor de Dios y del prójimo y saber que por mi medio, pobre esclava del Poderoso, venía al mundo! Decir: “¡Oh hombres no lloréis más. Traigo conmigo el secreto que os hará felices. No os lo puedo decir porque el secreto está encerrado en mi corazón, como mi Hijo está encerrado en mi seno inviolado. Pero lo traigo ya entre vosotros. Cada hora que pasa, se acerca más el momento en que veréis y conoceréis su santo Nombre”.

 

Gozo de haber hecho feliz a Dios: gozo de que creí haberlo hecho.

¡Oh haber arrancado del corazón de Dios la amargura de la desobediencia de Eva! ¡de la soberbia de Eva! De su incredulidad. Mi Jesús ha explicado con qué clase de culpa se manchó la primera Pareja. Yo anulé esa culpa, volviendo a subir las etapas por las que bajó.

 

El principio de la culpa estuvo en la desobediencia: “No comáis y no toquéis ese árbol”. Dios había dicho al hombre y la mujer, los reyes de la creación, que podían comer y tocar todo fuera de aquel fruto, porque Dios quería que no fuesen inferiores a los ángeles, no tuvieron en cuenta la orden dada.

 

La planta: el medio para probar la obediencia de los hijos. ¿Qué es la obediencia a la orden de Dios? Es un bien, porque Dios no ordena sino más que esto. ¿Qué es la desobediencia? Es un mal, porque pone el corazón en una disposición rebelde de la que puede aprovecharse Satanás. Eva fue al árbol. Si hubiera huido de él, no le hubiera tocado el mal. La curiosidad la arrastra para ver qué había de especial en el árbol, la imprudencia la empuja a no considerar como útil la orden de Dios, puesto que ella es fuerte y pura, reina en el Edén, en donde todas las cosas le obedecen, y ninguna puede causarle mal. Su presunción la llevó a la ruina. La presunción es el fermento de la soberbia.

 

En el árbol encuentra al Seductor, el cual canta la canción de la mentira a su inexperiencia, a su inocente inexperiencia, a su mal custodiada inexperiencia. “¿Piensas que hay aquí algo de mal? No. Dios te lo prohibió porque quiere teneros como esclavos de su poder. ¿Creéis ser reyes? No sois ni siquiera libres como lo es la fiera. Ella puede amar con un amor verdadero. Pero no vosotros. A ella se le ha permitido ser creadora como Dios. Ella engendrará hijos y verá crecer feliz a su familia. Pero no vosotros. A vosotros se os ha negado esta alegría. ¿A qué fin se os ha hecho macho y hembra si debéis vivir de este modo? Sois dioses y no sabéis lo que significa ser dos en una sola carne, que crea una tercera y muchas más. No creáis a las promesas de Dios de que tendréis el gozo de una posteridad al ver que vuestros hijos procrean nuevas familias, y que dejan por ellas a padre y madre. Os dio una apariencia engañosa de la vida: la verdadera vida consiste en conocer las leyes de la vida. Entonces seréis semejantes a dioses y podréis decir a Dios: “Somos tus iguales”.

 

Y la seducción continuó porque no había voluntad de rechazarla, antes bien sí la había, como también la había de conocer lo que pertenecía al hombre. Y el árbol prohibido se convierte en realidad para el género humano en algo mortal, porque de sus ramas pende el fruto del saber amargo que proviene de Satanás. Y la mujer se convierte en hembra y con el fermento del conocimiento satánico en el corazón, va a corromper a Adán. Llegada a este nivel la carne, corrompida la moral, degradado lo espiritual. Conocieron el dolor y la muerte del espíritu privado de la gracia y de la carne privada de la inmortalidad. La herida de Eva engendró el sufrimiento, que no terminará sino hasta cuando muera la última pareja sobre la tierra.

 

He vuelto a caminar el camino de los dos pecadores. Obedecí. Obedecí en todas las formas. Dios me había pedido que fuera virgen. Obedecí. Al amar la virginidad que me hacía pura como lo fue la primera mujer antes de conocer a Satanás. Dios me pidió que fuese esposa. Obedecí, poniendo el matrimonio en aquel prístino grado que existió en el pensamiento de Dios cuando creó a los dos Primeros seres humanos. Convencida de ser destinada a vivir sola en el matrimonio, y a que los demás despreciasen mi esterilidad santa, entonces Dios me pidió que fuese Madre. Obedecí. Creí que era posible, y que esa palabra venía de Dios, porque al oírla, la paz se derramaba dentro de mí.

 

No pensé: “me lo merecía”. No me dije a mí misma: “Ahora el mundo me admirará, porque soy semejante a Dios al crear la carne que tendrá Dios”. No. Me aniquilé en mi humildad. El gozo me brotaba del corazón como un tallo de una rosa en flor. Pero prontamente se adornó con espinas punzantes y se encontró envuelta en el dolor, como esos ramos que se ven envueltos de las campanillas. El dolor del dolor del esposo y esto era lo que ahogaba mi gozo. El dolor del dolor de mi Hijo: y estas eran las espinas de mi gozo. Eva buscó el placer, el triunfo, la libertad. Yo acepté el dolor, el aniquilamiento, la esclavitud. Renuncié a mi vida tranquila, a la estimación de mi esposo, a mi propia libertad. No me reservé nada.

 

Me convertí en la Esclava de Dios en la carne, en lo moral, en el espíritu. Me confié a Él no sólo en lo que se refiere a la concepción virginal, sino también en lo que tocaba a mi honor, en lo que podía ser consuelo de mi esposo, en el medio con el que también podía él llegar a la sublimación del matrimonio, de modo que ambos pudiéramos devolver al hombre y a la mujer la dignidad perdida. Para mí, para mi esposo, para mi Hijo abracé la voluntad del Señor. Dije: “Sí” para los tres, segura que Dios no habría mentido a sus promesas de socorrerme en mi dolor de esposa que se ve tratada como culpable, de manera que sabe que engendra un Hijo para el dolor.

 

Dije: “Sí”. Sí y basta. Aquel “sí” anuló el “no” de Eva al mandamiento de Dios. Sí Señor, como tú quieras.

 

Conoceré lo que quieras. Viviré como quieras. Me alegraré si quieres. Sufriré por lo que quieras. Sí, siempre sí, Señor mío, desde el momento en que tu rayo me hizo Madre hasta el momento en que me llamaste a ti. Sí, siempre sí. Todas las voces de la carne, todas las pasiones de lo moral bajo el peso de este mi perpetuo decir “sí” y arriba como un pedestal de diamante, mi espíritu al que faltan alas para volar a Ti, pero que es dueño del “yo” domeñado y su siervo. Siervo en el gozo, siervo en el dolor. Sonríes ¡oh Dios mío! Te sientes feliz. La culpa ha sido vencida. Ha desaparecido. Ha sido destruida. Está bajo mi calcañal. Se ha lavado con mi llanto, destruido con mi obediencia. De mi seno nacerá el nuevo Árbol que producirá el fruto que conocerá todo el mal por haberlo padecido en Sí y producirá todo el bien. A él podrán acercarse los hombres y seré feliz al ver que lo aceptan, aun cuando no piensen que ha nacido de mí. Con tal de que el hombre se salve y Dios sea amado, hágase de su esclava lo que se hace del lugar donde nace un árbol: una grada para subir”. (8 marzo 1944)

 

Un esbozo solamente de nuestra Madre. Seguiremos profundizando en su conocimiento en las próximas lecciones.

 

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