Diferentes modos de hablar de Jesús.
(150) Pero antes de continuar, por orden del confesor actual debo manifestar los varios modos con los cuales el Señor me ha hablado: A mí me parece que los modos con los que Dios me habla sean cuatro, pero estos cuatro modos de hablar de Jesús son muy diferentes de las inspiraciones.
(151) 1.- El primer modo es cuando el alma sale fuera de sí. Pero antes quiero explicar lo mejor que pueda este salir fuera de mí misma. Esto sucede de dos modos: El primero es instantáneo, casi como relámpago, y es tan repentino que me parece que el cuerpo se eleva un poco de la cama, para seguir al alma, pero después queda en la cama y a mí me parece que el cuerpo queda muerto, y el alma en cambio sigue a Jesús caminando por todo el universo, la tierra, el aire, los mares, los montes, el purgatorio y el Cielo, donde muchas veces me ha hecho ver el lugar donde yo estaré después de muerta.
(152) El otro modo de salir el alma es más tranquilo, parece que el cuerpo se adormece insensiblemente y queda como petrificado ante la presencia de Jesucristo, pero el alma permanece con el cuerpo, y éste no siente nada de las cosas externas, aunque se trastornara todo el universo, aunque me quemaran y me redujeran en pedazos.
(153) Estos dos modos tan diferentes de salir fuera de mí misma, yo los he notado sensiblemente, porque en el primer modo, debiendo yo obedecer al confesor que venía a despertarme, lo he visto desde el lugar a donde me conducía Jesús; es decir, desde los confines de la tierra, o del aire, o de los montes, o del mar, o del purgatorio, o aun desde el mismo Paraíso, más bien me parecía que no tenía tiempo de poder volver para que el confesor encontrara mi alma en el cuerpo, y poder obedecer, y como me encontraba con el alma tan lejos, me ajetreaba toda, me angustiaba y me afligía pensando que no tendría tiempo de volver al cuerpo para que el confesor me encontrara, y por tanto no tener tiempo de obedecer, sin embargo debo confesar que siempre me he encontrado a tiempo, y me parecía que el alma entrase al cuerpo antes de que el confesor comenzase a darme la obediencia de despertar.
(154) Es más, digo la verdad, muchas veces yo veía de lejos al confesor que venía, pero para no dejar a Jesús, parecía que no pensara en confesor que venía y entonces Jesús mismo me apresura a volver con el alma al cuerpo para poder obedecer al confesor, y entonces yo sentía una gran repugnancia, por dejar a Jesús, pero la obediencia vencía, y dejando a Jesús, Él mismo, o me besaba o me abrazaba o hacía otra cosa para despedirse de mí. Y yo dejando a mi amado Jesús le decía: “Voy con el confesor, pero Tú mi buen Jesús, vuelve pronto en cuanto el confesor se vaya”.
(155) Estos son los dos modos con los cuales el alma parecía que saliese del cuerpo, y en estos dos modos de salir el alma, Dios me habla. Este modo de hablar, Él mismo lo llama hablar intelectual. Trataré de explicarlo: El alma salida del cuerpo y encontrándose delante a Jesús, no tiene necesidad de palabras para entender lo que el Señor le quiere decir, ni el alma tiene necesidad de hablar para hacerse entender, sino que todo es por medio del intelecto, ¡oh, qué bien nos entendemos cuando nos encontramos juntos! De una luz que de Jesús me viene a la inteligencia, siento imprimir en mí todo lo que mi Jesús quiere hacerme entender. Este modo es muy alto y sublime, tanto que la naturaleza difícilmente sabe explicarlo con palabras, apenas puede decir alguna idea, este modo en que Jesús se hace entender es rapidísimo, en un simple instante se aprenden muchas más cosas sublimes que leyendo libros enteros. ¡Oh, qué maestro ingeniosísimo es Jesús, que en un simple instante enseña muchas cosas, mientras que cualquier otro necesitaría años enteros, si es que lo logra, porque el maestro terreno no tiene potencia para poder atraer la voluntad del discípulo, ni de poderle infundir en la mente sin esfuerzos ni fatigas lo que le quiere enseñar, pero con Jesús no es así, tanta es su dulzura, la amabilidad de su trato, la suavidad de su hablar, y además es tan bello, que el alma apenas lo ve se siente tan atraída, que a veces es tanta la velocidad con la que corre al lado de Jesús, que casi sin advertirlo se encuentra transformada en el objeto amado, de modo que el alma no sabe discernir más su ser terreno, tanto queda identificada con el Ser Divino. ¿Quién puede decir lo que el alma experimenta en este estado? Se necesitaría a Jesús mismo, o bien a un alma separada perfectamente del cuerpo, porque el alma encontrándose otra vez circundada por los muros de este cuerpo, y perdiendo esa luz que antes la tenía abismada, mucho pierde y queda oscurecida, de tal modo que si quisiera decir algo, lo diría burdamente. Para dar una idea digo que me imagino a un ciego de nacimiento, que nunca ha tenido el bien de ver lo que hay en el universo entero, y que por pocos minutos tuviese el bien de abrir los ojos a la luz, y pudiese ver todo lo que contiene el mundo: el sol, el cielo, el mar, las tantas ciudades, las tantas máquinas, las variedades de las flores y las tantas otras cosas que hay en el mundo, y después de aquellos pocos minutos de luz, volviera a la ceguera de antes. ¿Podría él decir claramente todo lo que ha visto? Solamente podría hacer un esbozo, decir alguna cosa confusamente. Esto es una semejanza de lo que sucede cuando el alma se encuentra separada, y después en el cuerpo, no sé si digo desatinos; así como a aquel pobre ciego le quedaría la pena de la pérdida de la vista, así el alma, vive gimiendo y casi en un estado violento, porque el alma se siente violentada siempre hacia el sumo Bien, es tanta la atracción que Jesús deja en el alma de Sí, que el alma quisiera estar siempre abstraída en su Dios, pero esto no puede ser, y por eso se vive como si se viviese en el purgatorio. Agrego que el alma no tiene nada de lo suyo en este estado, todo es operación que hace el Señor.
(156) Ahora trataré de explicar el segundo modo que tiene Jesús para hablar, y es que el alma encontrándose fuera de sí misma ve la persona de Jesucristo, como por ejemplo de niño, o crucificado, o en cualquier otro aspecto, y el alma ve que el Señor con su boca pronuncia las palabras y el alma con su boca responde, a veces sucede que el alma se pone a conversar con Jesús como harían dos íntimos esposos. Si bien el hablar de Jesús es poquísimo, apenas cuatro o cinco palabras y a veces aun una sola, rarísimas veces se extiende más, pero en ese poquísimo hablar, ¡ah, cuánta luz pone en el alma! Me parece ver a primera vista un pequeño arroyo, pero viendo bien, en vez de un arroyo se ve un vastísimo mar, así es una sola palabra dicha por Jesús, es tanta la inmensidad de la luz que queda en el alma, que rumiándola muy bien descubre tantas cosas sublimes y provechosas a su alma, que queda asombrada.
(157) Yo creo que si se juntaran todos los sabios, quedarían todos confundidos y mudos ante una sola palabra de Jesús. Ahora, este modo es más accesible a la naturaleza humana, y fácilmente se sabe manifestar, porque el alma entrando en sí misma se lleva consigo lo que ha oído decir de la boca de Nuestro Señor y lo comunica al cuerpo; no resulta tan fácil cuando es por medio del intelecto. Yo considero que Jesús tiene este modo de hablar para adaptarse a la naturaleza humana, no que tenga necesidad de la palabra para hacerse entender, sino porque de este modo el alma más fácilmente comprende y puede manifestarlo al confesor. En suma, Jesús hace como un maestro doctísimo, sabio, inteligente, que posee en grado eminentísimo todas las ciencias y que nadie puede igualarlo, pero como se encuentra entre discípulos que no han aprendido aún las primeras letras del alfabeto, reteniendo todos los otros conocimientos en sí, enseña a los discípulos sólo el a, b, c, etc. ¡Oh, cómo es bueno Jesús!, se adapta a los doctos y les habla de modo altísimo, de modo que para entenderlo deben estudiar muy bien lo que les dice, se adapta a los ignorantes y se finge también Él ignorante, y habla en modo bajo, de manera que nadie puede quedar en ayunas de las lecciones de este Divino Maestro.
(158) El tercer modo con el que Jesús me habla es cuando hablando participa al alma su misma sustancia. A mí me parece como cuando el Señor creó el mundo, con una sola palabra fueron creadas las cosas, así, siendo su palabra creadora, en el acto mismo en que dice la palabra, crea en el alma aquella misma cosa que dice, como por ejemplo, Jesús dice al alma: “Mira como son bellas las cosas, por cuanto tus ojos puedan recorrer la tierra o el cielo, jamás encontrarán belleza similar a Mí”. En este hablar de Jesús, el alma siente entrar en ella un algo divino y queda muy atraída hacia esta belleza, y al mismo tiempo pierde el atractivo de todas las otras cosas, por cuán bellas y preciosas fueran no le causan ninguna impresión, lo que le queda fijo y casi transmutado en sí es la belleza de Jesús, en eso piensa, de esa belleza se siente investida, y queda tan enamorada, que si el Señor no obrara otro milagro se le rompería el corazón, y de puro amor por esta belleza de Jesús expiraría el alma para volar al Cielo a gozar de esta belleza de Jesús. Yo misma no sé si digo desatinos.
(159) Para explicar mejor este hablar sustancial de Jesús digo otra cosa, Jesús dice: “Mira cuán puro soy, también en ti quiero pureza en todo”. En estas palabras el alma siente entrar en sí una pureza divina, esta pureza se trasmuta en ella misma y llega a vivir como si no tuviera más cuerpo, y así de las otras virtudes. ¡Oh, cómo es deseable este hablar de Jesús! Yo daría todo lo que está sobre la tierra, si fuera la dueña de todo, con tal de tener una sola de estas palabras de Jesús.
(160) El cuarto modo en que Jesús me habla es cuando me encuentro en mí misma, esto es en el estado natural, y este hablar es también de dos modos: El primero es cuando encontrándome en mí misma, recogida, en el interior del corazón, sin articulación de voz o sonidos al oído del cuerpo, Jesús internamente habla. El segundo es como hacemos nosotros, y esto sucede a veces estando aun distraída o bien hablando con otras personas. Pero una sola de estas palabras basta para recogerme si estoy distraída, o para darme la paz si estoy turbada, para consolarme si estoy afligida. Volúmen 1.