SAN ANNIBAL MARIA DI FRANCIA, PRIMER APÓSTOL Y MÁRTIR DE LA DIVINA VOLUNTAD.

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1º DE JUNIO DE 1927 MUERTE DEL SAN ANNIBALE MARIA DI FRANCIA, PRIMER APOSTOL Y MARTIR DE LA DIVINA VOLUNTAD.

Las privaciones de mi dulce Jesús se hacen más grandes, siento que no puedo más, ¡oh! si me fuera dado el tomar el vuelo hacia mi patria celestial, donde no hay más separaciones con Jesús, cómo sería feliz de salir de la dura y oscura cárcel de mi cuerpo. ¡Jesús! ¡Jesús! ¿Cómo es que no quieres tener piedad de mí, de esta pobre prisionera? ¿Cómo me has dejado sin que ni siquiera vengas a visitarme seguido en la oscura prisión en que me encuentro? ¡Oh Jesús!, sin ti cómo se hace más penosa, más sombría, más tremenda mi cárcel en la cual Tú me pusiste, diciéndome que estuviese en ella por amor tuyo y para cumplir tu Voluntad, pero que no me dejarías sola sino que me harías compañía. ¡Pero ahora, ahora todo ha terminado! No tengo tu sonrisa que me alegra, no tengo tu palabra que rompe mi largo silencio, ni tu compañía que rompe mi soledad, estoy sola, aprisionada y atada por Ti en esta prisión, y además me has dejado. ¡Jesús! ¡Jesús! no me lo esperaba de Ti.

Pero mientras desahogaba mi intenso dolor ha salido de dentro de mi interior y abrazándome para sostenerme, porque no tenía más fuerza, me ha dicho:

“Hija mía, ánimo, Yo no te dejo, más bien tú debes saber que tu Jesús sabe hacer y puede hacer todos los milagros, salvo el milagro de separarme de mi Voluntad; si en ti está mi Divino Querer, ¿cómo puedo dejarte? Y si esto fuera sería un Jesús sin vida. Más bien es la interminabilidad de mi Fiat que me esconde, y tú mientras sientes la Vida de Él, no ves a tu Jesús que está dentro de Él.”

Entonces me sentía afligida, no sólo por las privaciones de mi dulce Jesús, sino porque también me había llegado la noticia inesperada de la muerte del Reverendo Padre Di Francia, era el único que me quedaba a quien podía abrir mi pobre alma, cómo me comprendía bien, era un santo, al cual me confiaba y que tanto había comprendido todo el valor de lo que Jesús me había dicho sobre la Divina Voluntad, tenía tanto interés en esto, que con insistencia se había llevado todos los escritos para publicarlos. Así que pensaba para mí: “Después de que Jesús permitió que se llevara los escritos, con gran sacrificio por mi parte porque yo no quería, y sólo porque era un santo yo debí ceder, ahora Jesús se lo ha llevado al Cielo.” Me sentía torturar por el dolor, pero ¡Fiat! ¡Fiat! ¡Fiat! Todo termina aquí abajo; he roto en llanto encomendando a Jesús aquella alma bendita que tanto había sufrido y obrado por Él y mientras esto hacía, mi dulce Jesús se ha movido en mi interior y me ha dicho:

“Hija mía, ánimo, tú debes saber que por todo lo que aquella alma, tan querida por mí, ha hecho, por todas las verdades que ha conocido sobre mi Voluntad, tanta luz de más encerró en su alma, así que cada conocimiento de más es una luz mayor que posee, y cada conocimiento pone en el alma una luz distinta, una más bella que la otra, con el germen de la diferente felicidad que cada luz contiene, porque todo lo que alma puede llegar a conocer de bien, con la voluntad de ponerlo en práctica en sí misma, el alma queda en posesión del bien que conoce.

Si no tiene voluntad de poner en práctica los conocimientos que adquiere, sucede como cuando uno toca una flor, o también si se lava con agua fresquísima, en el acto sentirá el perfume de la flor, el refrigerio del agua fresca, pero como no posee la flor ni la fuente del agua fresca, poco a poco se desvanecerá el perfume y el bien de la frescura del agua, y se encontrará sin el perfume y desvanecida la frescura que había gozado; así son los conocimientos cuando se tiene el bien de conocerlos y no se ponen en práctica.

Ahora, aquella alma tenía toda la voluntad de ponerlos en práctica, tanto que viendo el gran bien que él sentía, quería hacerlos conocer a los demás publicándolos.

Entonces, mientras que ha estado en la tierra, el cuerpo, más que pared, ocultaba aquella luz, pero apenas el alma ha salido de la cárcel de su cuerpo se ha encontrado investida de la luz que poseía, y los tantos gérmenes de felicidad que poseía, efectos de los conocimientos de mi Divina Voluntad, desarrollándose éstos, ha comenzado a sentir el principio de la vida de las verdaderas bienaventuranzas, y sumergiéndose en la eterna Luz de su Creador, se encontró en la patria celestial, donde continuará su misión sobre mi Voluntad, asistiendo él a todo desde el Cielo.
Si tú supieras la gran diferencia que hay de gloria, de belleza, de felicidad, entre quien, muriendo lleva consigo la luz con los gérmenes de tanta felicidad, y entre quien la recibe sólo de su Creador, hay tal distancia, que es mayor que la distancia entre el cielo y la tierra.

¡Oh! si los mortales supieran el gran bien que adquieren con conocer un verdadero bien, una verdad, y hacer de ello sangre propia para incorporarlo en la propia vida, harían competencia, olvidarían todo por conocer una verdad y darían la vida para ponerla en práctica.”

Entonces, mientras Jesús decía esto he visto ante mí el alma bendita del padre junto a mi lecho, investida de luz, suspendida sobre la tierra, que me miraba fijamente sin decirme una palabra, también yo me sentía muda frente a él y Jesús ha continuado:

“Míralo como está transformado, mi Voluntad es Luz y ha transformado aquella alma en luz; es bella, le ha dado todas las tintas de la perfecta belleza; es santa y ha quedado santificada; mi Voluntad posee todas las ciencias, y el alma ha quedado investida de la ciencia divina; no hay cosa que mi Voluntad no le haya dado.

¡Oh! si todos entendieran qué significa Voluntad Divina, pondrían todo aparte, no se afanarían de hacer nada más y todo el empeño estaría en hacer sólo mi Voluntad.”

Después de esto pensaba para mí: “¿Pero por qué Jesús bendito no ha concurrido a hacer el milagro al padre Di Francia?” Y Jesús moviéndose en mi interior me ha dicho:

“Hija mía, la Reina del Cielo en la Redención no hizo ningún milagro, porque sus condiciones no le permitían dar la vida a los muertos, la salud a los enfermos, porque siendo que su Voluntad era la de Dios mismo, lo que quería y hacía su Dios, quería y hacía Ella, no tenía otra Voluntad para pedir a Dios milagros y curaciones, porque a su voluntad humana no le dio jamás vida, y para pedir milagros a esta Voluntad Divina debía valerse de la suya, lo que no quiso hacer porque hubiera sido descender al orden humano, pero la Soberana Reina no quiso dar jamás un paso fuera del orden divino y quien está en él, debe querer y hacer lo que hace su Creador; mucho más, pues con la Vida y Luz de esta Divina Voluntad, veía que era lo mejor, lo más perfecto, lo más santo aún para las criaturas lo que quería y hacía su Creador. Entonces, ¿cómo podía descender de la altura del orden divino? Y por eso hizo sólo el gran milagro que encerraba todos los milagros, la Redención, querida por la misma Voluntad de la que era animada, que llevó el bien universal a quien quiera que lo desee. La gran Madre Celestial, mientras en vida no hizo ningún milagro aparente, ni de curaciones, ni de resucitar a los muertos, hacía y hace milagros todos los momentos, todas las horas y todos los días, que conforme las almas se disponen, se arrepienten, dando Ella misma las disposiciones para el arrepentimiento, biloca a su Jesús, el fruto de su seno, y todo entero lo da a cada uno como confirmación de su gran milagro que Dios quiso que hiciera esta Celestial Criatura. Los milagros que Dios mismo quiere que hagan sin mezcla de voluntad humana, son milagros perdurables, porque parten de la fuente divina que jamás se agota, y basta quererlos para recibirlos.

Ahora tus condiciones se dan la mano con la inigualable Reina del Cielo, debiendo tú formar el reino del Fiat Supremo, no debes querer sino lo que quiere y hace mi Divina Voluntad, ni tu voluntad debe tener vida, aunque te parezca de hacer un bien a las criaturas y así como mi Mamá no quiso hacer otros milagros sino sólo aquél de dar su Jesús a las criaturas, así tú, el milagro que quiere mi Voluntad Divina que tú hagas es el de dar mi Voluntad a las criaturas, de hacerla conocer para hacerla reinar, con este milagro harás más que todo, pondrás al seguro la salvación, la santidad, la nobleza de las criaturas y desterrarás también los males corporales de ellas, causados porque no reina mi Voluntad Divina; no solo esto, sino que pondrás a salvo una Voluntad Divina en medio a las criaturas y le restituirás toda la gloria, el honor que la ingratitud humana le ha quitado.

Es por esto que no he permitido que le hicieras el milagro de curarlo, pero le has hecho el gran milagro de hacerlo conocer mi Voluntad, y ha partido de la tierra con la posesión de Ella y ahora goza en el océano de la Luz de la Divina Voluntad, y esto es más que todo.”  Vol. 22 Junio 1º 1927

 

SAN ANÍBAL MARÍA DE FRANCIA, Presbítero, Fundador de la Congregación de los Rogacionistas del Corazón de Jesús y las Hijas del Celo Divino: (1 DE JUNIO)

Aníbal María Di Francia nació en Messina el 5 de julio de 1851 de la noble señora Anna Toscano y del caballero Francisco, marqués de S. Caterina dello Ionio, Vicecónsul Pontificio y Capitán Honorario de la Marina. Tercero de cuatro hijos, Aníbal quedó huérfano, tan sólo a los quince meses por la muerte prematura del padre. Esta amarga experiencia infundió en su ánimo la particular ternura y el especial amor a los huérfanos, que caracterizó su vida y su sistema educativo.

Desarrolló un grande amor hacia la Eucaristía, tanto que recibió el permiso, excepcional para aquellos tiempos, de acercarse cotidianamente a la Santa Comunión. Jovencísimo, delante del Santísimo Sacramento solemnemente expuesto, recibió lo que se puede definir «inteligencia del Rogate»: es decir, descubrió la necesidad de la oración por las vocaciones, que, más tarde, encontró expresada en el versículo del Evangelio: «La mies es mucha pero los obreros son pocos. Rogad (Rogate) pues al dueño de la mies, para que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 38: Lc 10, 2). Estas palabras del Evangelio constituyeron la intuición fundamental a la que dedicó toda su existencia.

De ingenio alegre y de notables capacidades literarias, apenas sintió la llamada del Señor, respondió generosamente, adaptando estos talentos a su ministerio. Terminados los estudios, el 16 de marzo de 1878 fue ordenado sacerdote. Algún mes antes, un encuentro «providencial» con un mendigo casi ciego lo puso en contacto con la triste realidad social y moral del barrio periférico más pobre de Messina, las llamadas Casas de Avignone y le abrió el camino de aquel ilimitado amor hacia los pobres y los huérfanos, que llegará a ser una característica fundamental de su vida.

Con el consentimiento de su Obispo, fue a habitar en aquel «gueto» y se comprometió con todas sus fuerzas en la redención de aquellos infelices, que, se presentaban, ante su vista, según la imagen evangélica, como «ovejas sin pastor». Fue una experiencia marcada por fuertes incomprensiones, dificultades y hostilidades de todo tipo, que él superó con grande fe, viendo en los humildes y marginados al mismo Jesucristo y realizando lo que definía: «Espíritu de doble caridad: la evangelización y la ayuda a los pobres».

En 1882 dio inicio a sus orfanatos, que fueron llamados antonianos porque puestos bajo la protección de San Antonio de Padua. Su preocupación no sólo fue la de dar pan y trabajo, sino y, sobre todo, la de educar de forma integral a la persona teniendo en cuenta el aspecto moral y religioso, ofreciendo a los asistidos un verdadero clima de familia, que favorece el proceso formativo para hacerles descubrir y seguir el proyecto de Dios. Hubiera querido abrazar a los huérfanos y a los pobres de todo el mundo con espíritu misionero. Pero, cómo hacerlo? La palabra del Rogate le abría esta posibilidad. Por eso escribió: « ¿Qué son estos pocos huérfanos que se salvan y estos pocos pobres que se evangelizan frente a millones que se pierden y están abandonados como rebaño sin pastor?... Buscaba un camino de salida y lo encontré amplio, inmenso en aquellas adorables palabras de nuestro Señor Jesucristo: Rogate ergo... Entonces me pareció haber hallado el secreto de todas las obras buenas y de la salvación de todas las almas».

Aníbal había intuido que el Rogate no era una simple recomendación del Señor, sino un mandado explícito y un «remedio inefable». Motivo por el cual su carisma es de valorar como el principio animador de una fundación providencial en la Iglesia. Otro aspecto importante para hacer resaltar es que él precede a los tiempos en el considerar vocaciones también aquellas de los laicos comprometidos: padres, maestros y hasta buenos gobernantes.

Para realizar en la Iglesia y en el mundo sus ideales apostólicos, fundó dos nuevas familias religiosas: en 1887 la Congregación de las Hijas del Divino Celo y diez años después la Congregación de los Rogacionistas. Quiso que los miembros de los dos Institutos, aprobados canónicamente el 6 de agosto de 1926, se comprometieran a vivir el Rogate con un cuarto voto. Tanto que el Di Francia escribió en una súplica del 1909 a S. Pío X: «Me he dedicado desde mi primera juventud a aquella santa Palabra del Evangelio: Rogate ergo. En mis mínimos Institutos de beneficencia se eleva una oración incesante, cotidiana de los huérfanos, de los pobres, de los sacerdotes, de las sagradas vírgenes, con la que se suplican a los Corazones Santísimos de Jesús y María, al Patriarca S. José y a los Santos Apóstoles para que quieran proveer abundantemente a la Iglesia de sacerdotes elegidos y santos, de obreros evangélicos de la mística mies de las almas».

Para difundir la oración por las vocaciones promovió numerosas iniciativas, tuvo contactos epistolares y personales con los Sumos Pontífices de su tiempo; instituyó la Sagrada Alianza para el clero y la Pía Unión de la Rogación Evangélica para todos los fieles. Creó el periódico con el significativo título «Dios y el Prójimo» para implicar a los fieles a vivir los mismos ideales.

«Es toda la Iglesia — escribe él — que oficialmente tiene que rezar por este fin, ya que la misión de la oración para obtener buenos obreros es tal que ha de interesar vivamente a cada fiel, a todo cristiano, que le preocupe el bien de todas las almas, pero en particular a los obispos, los pastores del místico rebaño, a los cuales fueron confiadas las almas y que son los apóstoles vivientes de Jesucristo». La anual Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, instituida por Pablo VI en 1964, puede considerarse la respuesta de la Iglesia a esta intuición suya.

Grande fue el amor que tuvo por el sacerdocio, convencido que sólo mediante la obra de los sacerdotes numerosos y santos es posible salvar a la humanidad. Se comprometió fuertemente en la formación espiritual de los seminaristas, que el arzobispo de Messina confió a sus cuidados. A menudo repetía que sin una sólida formación espiritual, sin oración, «todos los esfuerzos de los obispos y de los rectores de los seminarios se reducen generalmente a una cultura artificial de sacerdotes...». Fue él mismo, el primero, en ser buen obrero del Evangelio y sacerdote según el corazón de Dios. Su caridad, definida «sin cálculos y sin límites», se manifestó con connotaciones particulares también hacia los sacerdotes en dificultad y las monjas de clausura.

Ya durante su existencia terrenal fue acompañado por una clara y genuina fama de santidad, difundida a todos los niveles, tanto que cuando el 1 de junio de 1927 falleció en Messina, confortado por la presencia de María Santísima, que tanto había amado durante su vida terrenal, la gente decía: «Vamos a ver el santo que duerme». Los funerales fueron una verdadera y propia apoteosis, que los periódicos de la época puntualmente registraron con artículos y con fotografías. Las autoridades fueron solícitas en otorgar el permiso de enterrarlo en el Templo de la Rogación Evangélica, que él mismo había querido y que está dedicado precisamente al «divino mandato»: «Rogad al Dueño de la mies para que envíe obreros a su mies».

Las Congregaciones religiosas fundadas por el Padre Aníbal están hoy presentes en los cinco Continentes comprometidas, según los ideales del Fundador, en la difusión de la oración por las vocaciones a través de centros vocacionales y editoriales y en la actividad de los institutos educativos asistenciales a favor de niños y muchachos necesitados y de sordomudos, centros nutricionales y de salud; casas para ancianos y para madres solteras; escuelas, centros de formación profesional, etc.

La santidad y la misión de Padre Aníbal, declarado «insigne apóstol de la oración por las vocaciones», son hoy profundamente apreciadas por quienes se han compenetrado de las necesidades vocacionales de la Iglesia.

El Sumo Pontífice, San Juan Pablo II, el 7 de octubre de 1990 proclamó al Padre Aníbal Beato y lo canonizó el 16 de mayo de 2004.