“El día que Dios tenga poder ilimitado en el corazón del hombre, ese día el hombre tendrá un poder ilimitado en el corazón de Dios”.
Pareciera, en primera instancia, que el poder infinito de Dios puede tener límites. Así es, y esto ocurre porque Dios es infinitamente bueno y sabio, y en su bondad y sabiduría nos otorgó el don inestimable de la libertad humana. ¡Pobre de nosotros que en nuestra ingratitud no dejamos que Dios tenga poder ilimitado en nuestro pobre corazón!
¿Cómo es que se limita el poder de Dios en nuestro corazón? En la medida en que por hacer nuestra pobre voluntad no hacemos la amorosa voluntad de Él. Hasta tal punto que si un pecador está agonizando y Jesucristo anhela convertirlo, con todo el poder que Él tiene, sin embargo terminará por ser un intento fallido si el pecador no le da entrada en el alma. Este don maravilloso de la libertad se convierte así en el arma mortal más terrorífica. ¡Cuánto harías Señor con sólo dejarte mover a tus anchas en mi pobre y mísero corazón! ¡Si sólo le dejáramos actuar libremente…! No existe hermosura más grande en toda la creación que la belleza de un alma poseída por Dios; pasa a tener la misma belleza Divina, por eso se aman tanto…
El día que Dios tenga poder ilimitado en el corazón del hombre, ese día, ¡bendito día esperado y anhelado en primer lugar por Jesucristo!Bendito día el de los santos…
Ese día el hombre tendrá un poder ilimitado en el corazón de Dios. ¿Cómo es posible que la pobre criatura limitada tenga un poder ilimitado en el corazón de Dios? Ya ese día el querer de la criatura será el querer de Dios y el querer de Dios será el querer de la criatura. ¿Por qué ese poder? Porque al estar Dios plenamente en el alma (a sus anchas), esto es, cuando el alma siempre busque y haga sólo la voluntad Divina, también la voluntad del hombre no será otra que la voluntad de Dios. Es lo del Padrenuestro: “Hágase tu Voluntad en la tierra como en el cielo”.
Un cabal ejemplo de esto lo encontramos en la Santísima Virgen en las Bodas de Caná, cuando la voluntad de Ella fue la voluntad de su Hijo e igualmente la voluntad del Hijo no era otra que la voluntad de la Madre. Había sólo un querer no dos. La voluntad de la creatura era la voluntad del Creador y la voluntad del Creador voluntad de la creatura. Es la unión perfecta de voluntades.
Pbro. Carlos H. Spahn
Aicydim