Prefacio del Libro de Cielo escrito por Luisa

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(Llamamiento de Luisa, escrito como prefacio a sus escritos)

Mi dulce Jesús, aquí estoy, en tus brazos, para pedirte ayuda.

¡Ah, Tú conoces la amargura de mi alma, cómo me sangra el corazón, mi grande repugnancia de dejar que se haga público lo que Tú me has dicho sobre tu Santísimo Querer! ¡La obediencia se impone! Tú lo quieres, y yo, aunque quedara triturada, me siento obligada por una fuerza suprema a hacer este sacrificio.

Pero acuérdate, oh Jesús mío, que Tú mismo me has llamado la pequeña recién nacida de tu Santísima Voluntad. La recién nacida apenas sabe balbucir, así que ¿qué haré? Balbuciré apenas tu Querer; Tú harás todo lo demás, ¿no es cierto, Jesús mío? Más aún, haz que yo desaparezca del todo y tu Querer sea el que con trazos divinos e imborrables moje la pluma en ese Sol eterno y con letras de oro escriba los conceptos, los efectos, el valor, la potencia de la Voluntad Suprema, y cómo el alma que vive en Ella, viviendo como en su centro, se ennoblece, se diviniza, abandona sus despojos naturales, regresa a su principio y, triunfando sobre todas sus miserias, reconquista su estado original, bella, pura, toda ella ordenada a su Creador, como salió de sus manos creadoras.

Escribe Tú en estas páginas la larga historia de tu Voluntad, tu dolor al verte relegado por las criaturas a las regiones del Cielo. Tú, estando en lo alto como el sol, aunque seas rechazado, derramas tus rayos sobre todas las generaciones humanas, quieres bajar para venir a reinar en medio de ellas, y por eso envías los rayos de tus suspiros, de tus gemidos, de tus lágrimas, de tu intenso y eterno dolor al verte desterrado y como dividida tu Voluntad de la voluntad de las criaturas humanas.

Por eso Tú esperas a que te llamen en medio de ellas, que te reciban como Rey triunfante y te hagan reinar así en la tierra como en el Cielo. ¡Desciende, oh Querer Supremo! Soy yo la primera que te llama; ¡ven a reinar en la tierra! Tú que creaste al hombre sólo para que hiciera tu Querer, que él, como un ingrato, despreció rebelándose a Tí, ¡ven a unir de nuevo esta voluntad humana a Tí, para que Cielo y tierra y todo quede reordenado en Tí!

¡Oh, cómo quisiera ofrecer mi vida, para que tu Querer sea conocido! Quisiera emprender el vuelo en sus interminables confines, para llevar a cada criatura su beso eterno, su conocimiento, sus bienes, su valor, tus gemidos inenarrables porque quieres venir a reinar en la tierra, para que, conociéndote, te reciban con amor y haciéndote fiesta te hagan reinar.

Oh Querer Santo, con tus rayos luminosos lanza las flechas de tu conocimiento; haz saber a todos que Tú vienes a nosotros para hacernos felices, mas no con una felicidad humana, sino divina, para darnos el dominio que perdimos de nosotros mismos, y esa luz que hace conocer el verdadero bien para poseerlo y el verdadero mal para huir de él, que nos da seguridad y fuerza, pero una fuerza y una estabilidad divina.

Abre la corriente entre la Voluntad Divina y la humana y pinta en nuestras almas, con el pincel de tu mano creadora, todos los rasgos divinos que perdimos al separarnos de Ella. Tu Querer nos pintará con ese frescor que nunca envejece, con esa belleza que nunca se descolora, con esa luz que nunca se opaca, con esa gracia que siempre crece, con ese amor que siempre arde y nunca se apaga.

¡Oh Querer Santo, ábrete paso, forma Tú la vía para hacer que se te conozca! Manifiesta a todos Quién eres Tú y el gran bien que les quieres hacer a todos, para que atraídos, encantados por un bien tan grande, puedan dejarse conquistar todos por tu Voluntad y así libremente puedas reinar, así en la tierra como en el Cielo.

Por eso te ruego que escribas Tú mismo todos los conocimientos que me has manifestado sobre Ella; y que cada palabra, cada concepto, cada efecto y conocimiento de Ella sean, para quienes lean, dardos, flechas, saetas, que hiriéndoles les hagan caer a tus pies para recibirte con los brazos abiertos y te hagan reinar en sus corazones.

A tantos prodigios de tu Querer, añade también éste: que cuando te conozcan no te dejen pasar de largo, no, sino que te abran las puertas para recibirte y hacerte reinar. Esto es lo que te pide la pequeña recién nacida de tu Voluntad. Si de mí has querido el sacrificio, y con tanta insistencia, de manifestar los secretos que me has comunicado sobre tu Querer, yo quiero de Tí que al conocerse haga este prodigio, que tome su puesto de triunfo y reine en los corazones que lo conozcan. Sólo ésto te pido, oh Jesús mío, no te pido nada más; sólo quiero el fruto de mi sacrificio, que tu Querer sea conocido y reine con su pleno dominio.

Tú sabes, Amor mío, cuán grande ha sido mi sacrificio, mis luchas interiores, hasta sentirme morir; pero por amor tuyo y para obedecer a tu representante en la tierra, a todo me he sometido. Por tanto, grande quiero que sea el prodigio: que al conocer lo que Tú has dicho sobre tu Querer, las almas queden encantadas, encadenadas, atraídas más que por un potente imán, y hagan reinar ese Fiat Divino que Tú con tanto amor quieres que reine en la tierra.

Y si te parece bien, Vida mía, antes de que estos escritos salgan a la luz del día y vayan a manos de nuestros hermanos y hermanas, ¡ah, llévate a la pequeña recién nacida de tu Voluntad a la Patria celestial! ¡Ah, no me des ese dolor, que tenga yo que ver que nuestros secretos sean conocidos por las otras criaturas! Si me has dado el primero, evítame el segundo, pero siempre non mea voluntas sed tua fiat (no se haga mi voluntad, sino la Tuya).

Y ahora una palabra a todos los que leais estos escritos: os ruego, os suplico que acepteis con amor lo que Jesús quiere daros, o sea, su Voluntad. Pero para daros la suya, quiere la vuestra, si no, no podrá reinar. ¡Si supiérais con cuánto amor mi Jesús quiere daros el don más grande que existe en el Cielo y en la tierra, que es su Voluntad! Oh, cuántas lágrimas amargas derrama, porque os ve que, viviendo con vuestro querer os arrastrais por el suelo, enfermizos, miserables.

No sois siquiera capaces de mantener un buen propósito, ¿y sabeis por qué? Porque su Querer no reina en vosotros. ¡Oh, cómo llora y suspira Jesús por vuestra situación, y con sollozos os ruega que hagais que reine su Querer en vosotros! Quiere cambiar vuestra suerte: que de enfermos seais sanos, de pobres ricos, de débiles fuertes, de volubles inmutables, de esclavos reyes.

No son grandes penitencias lo que quiere, ni largas oraciones u otras cosas, sino que su Querer reine y que vuestra voluntad no vuelva a tener vida. ¡Ah, sí, hacedle caso! Yo estoy dispuesta a dar la vida por cada uno de vosotros, a sufrir cualquier pena, con tal de que abrais las puertas de vuestra alma para hacer que el Querer de mi Jesús reine y triunfe en las generaciones humanas.

Y ahora os invito a todos: venid conmigo al Eden, donde tuvo principio nuestra existencia, donde el Ser Supremo creó al hombre y, haciéndolo rey, le dió un reino en que reinar. Ese reino era todo el universo, pero su cetro, su corona, su autoridad salían del fondo de su alma, en que residía el Fiat Divino como Rey dominante, el cual formaba la verdadera realeza del hombre. Sus vestiduras eran regias, más refulgentes que el sol; sus actos eran nobles, su belleza era arrebatadora. Dios lo amaba tanto, se entretenía con él, lo llamaba “mi pequeño rey e hijo”. Todo era felicidad, orden y armonía.

Ese hombre, nuestro primer padre, se traicionó a sí mismo, traicionó su reino y, haciendo su propia voluntad, amargó a su Creador, que tanto lo había exaltado y amado, y perdió su reino, el reino de la Divina Voluntad, en la cual todo le había sido dado. Las puertas del reino se le cerraron y Dios retiró para Sí el reino que le había dado al hombre.

Ahora he de deciros un secreto: Dios, al retirar para Sí el reino de la Divina Voluntad, no dijo: “No se lo volveré a dar al hombre”, sino que lo reservó esperando a las futuras generaciones para asaltarlas con gracias sorprendentes, con luz deslumbradora, para eclipsar al humano querer que nos hizo perder un reino tan santo, y con tal atractivo de asombrosos y prodigiosos conocimientos de la Divina Voluntad, que nos hiciera sentir la necesidad y el deseo de dejar a un lado nuestro querer que nos hace infelices y lanzarnos a la Divina Voluntad como nuestro reino permanente.

Así que el Reino es nuestro, ¡ánimo! El Fiat Supremo nos espera, nos llama, nos insiste a que tomemos posesión de él. ¿Quién será tan pérfido, quién tendrá el valor de no hacer caso de su llamada y no aceptar tanta felicidad? Sólamente tenemos que dejar los miserables harapos de nuestra voluntad, el vestido de luto de nuestra esclavitud, a la que nos ha reducido, para vestirnos como reinas y adornarnos con ornamentos divinos.

Por eso hago un llamamiento a todos; no creo que no querais escucharme. ¿Sabeis? Soy una pobre pequeñita, la más pequeña de todas las criaturas; pero yo, bilocándome en el Divino Querer junto con Jesús, vendré como pequeña que soy a vuestro regazo y con gemidos y lágrimas llamaré a la puesta de vuestros corazones para pediros, come pequeña mendiga, vuestros harapos, el vestido de luto, vuestro querer infelíz, para dárselo a Jesús, para que El lo queme todo, os dé otra vez su Querer y os devuelva su reino, su felicesdad, el candor de sus vestiduras regias.

¡Si supiérais lo que significa Voluntad de Dios! Ella contiene Cielo y terra. Si estamos con Ella todo es nuestro, todas las cosas dependen de nosotros; pero si no estamos con Ella todo está contra nosotros, y si algo tenemos somos los verdaderos ladrones de nuestro Creador y vivimos de fraudes y de robos.

Por eso, si quereis conocerla, leed estas páginas: en ellas hallareis el bálsamo para las heridas que cruelmente nos ha hecho nuestro querer humano, el nuevo aire todo divino, la nueva vida toda celestial; sentiréis el Cielo en vuestra alma, veréis nuevos horizontes, nuevos soles, y a menudo encontraréis a Jesús con la cara mojada por sus lágrimas, porque quiere daros su Querer. Llora porque quiere veros felices, pero al veros infelices solloza, suspira, ruega por la felicidad de sus hijos, y mientras os pide vuestro querer para quitaros la infelicidad, os ofrece el Suyo como confirmación del don de su Reino.

Por eso me dirijo a todos, y hago este llamamiento junto con Jesús, con sus mísmas lágrimas, con sus suspiros ardientes, con su Corazón que arde porque quiere dar su Fiat. Del Fiat hemos salido, él nos ha dado la vida; es justo, es nuestra obligación y deber que volvamos a él, a nuestra querida e interminable heredad.

Y en primer lugar, mi llamamiento es al Sumo Jerarca, al Romano Pontífice, a Su Santidad, al representante de la Santa Iglesia, que por lo tanto representa el Reino de la Divina Voluntad. A sus santos pies esta pobre pequeñita depone este Reino, para que lo domine, lo haga conocer y con la autoridad de su voz paterna llame a sus hijos a que vivan en este Reino tan santo. Que el sol del Fiat Supremo lo inunde y forme el primer sol del Querer Divino en su representante en la tierra. Que formando su primera vida en aquel que es la cabeza de todos, derrame sus rayos interminables en todo el mundo, y eclipsando a todos con su luz forme un solo rebaño y un solo pastor.

El segundo llamamiento lo hago a todos los sacerdotes. Postrada a los pies de cada uno les ruego, les suplico que se interesen por conocer la Divina Voluntad. El primer movimiento, el primer acto, tomadlo de Ella, es más, encerraos en el Fiat y sentiréis lo dulce y preciosa que es su vida, tomad de Ella toda vuestra actividad y sentiréis en vosotros una fuerza divina, una voz que siempre habla, que os dirá cosas admirables que nunca habeis oído; sentiréis una luz que os eclipsará todos los males y que, eclipsando a las gentes, os dará el dominio sobre ellas. ¡Cuántos esfuerzos haceis sin fruto, porque falta la vida de la Divina Voluntad! Habeis distribuido a la gente un pan sin la levadura del Fiat, y por eso, comiéndolo, lo han sentido duro, casi indigesto, y no sentiendo su vida en ellos, no se rinden a vuestras enseñanzas. Por tanto, ¡comed vosotros este pan del Fiat Divino! Tendréis así pan suficiente para darle a la gente, así formaréis con todos una sola vida y una sola voluntad.

El tercer llamamiento lo dirijo a todos, al mundo entero, pues todos sois hermanos, hermanas e hijos míos. ¿Sabeis por qué os llamo a todos? Porque quiero daros a todos la vida de la Divina Voluntad. Ella es más que el aire que todos podemos respirar, es como el sol del que todos podemos recibir el bien de la luz, es como el palpitar del corazón que en todos quiere palpitar; y yo, como niñita que soy, quiero, suspiro que todos tomeis la vida del Fiat.

¡Oh, si supiérais cuántos bienes recibiréis, daríais la vida para hacerla reinar en todos vosotros!

Esta pobre pequeñita quiere deciros otro secreto que le ha confiado Jesús, y os lo digo para que me deis vuestra voluntad y en cambio recibais la Voluntad de Dios, que os hará felices en el alma y en el cuerpo.

¿Quereis saber por qué la tierra no produce? ¿Por qué en varias partes del mundo la tierra con los terremotos a menudo se abre y sepulta en su seno ciudades y personas? ¿Por qué el viento, el agua, forman tempestades que devastan todo, y tantos otros males que todos sabeis? Porque las cosas creadas poseen una Voluntad Divina que las domina y por eso son potentes y dominantes, son más nobles que nosotros.

Mientras que nosotros estamos dominados por una voluntad humana, degradados, y por eso somos débiles e impotentes. Si por suerte nuestra dejamos a un lado nuestra voluntad humana y tomamos la vida del Querer Divino, también nosotros seremos fuertes, dominantes, seremos hermanos de todas las cosas creadas, las cuales no sólo ya no nos molesterán, sino que nos darán el dominio sobre ellas, y seremos felices en el tiempo y en la eternidad. ¿No os gusta? Por tanto, daos prisa, hacedle caso a esta pobre pequeñita que os quiere tanto; y yo estaré contenta, cuando pueda decir que todos mis hermanos y hermanas son reyes y reinas, porque todos poseen la vida de la Divina Voluntad.

¡Animo, pues, responded todos a mi llamamiento! Mucho más suspiro que todos en coro respondais a mi llamamiento, porque no soy yo sola la que os llama, la que os ruega, sino que unido conmigo os llama con voz tierna y conmovedora mi dulce Jesús, que muchas veces también llorando os dice:

“Tomad como vida vuestra mi Voluntad; venid a su Reino”. Es más, debeis saber que el primero en pedirle al Padre Celestial que venga su Reino y que se haga su Voluntad así en la tierra como en el Cielo, fue Nuestro Señor en el Padre nuestro; y enseñándonos a nosotros su oración, nos estaba haciendo un llamamiento para que todos pidamos el Fiat Voluntas tua así en la tierra como en el Cielo. Y cada vez que decís el Padre nuestro, siendo tan grande el deseo de Jesús, que quiere daros su reino, su Fiat, que corre para decir con vosotros:

“¡Padre mío, soy Yo el que Te lo pide para mis hijos, date prisa!” Así que el primero que lo pide es el mismo Jesús, y luego también vosotros lo pedía en el Padre nuestro. ¿No quereis un bien tan grande?

Ahora os digo la última cosa. Debeis saber que, viendo esta niñita el afán, el delirio, las lágrimas de Jesús por querer daros su Reino, su Fiat, son tan grandes sus ganas, sus suspiros, sus ansias por veros a todos en el Reino de la Divina Voluntad para veros a todos felízs, para hacer sonreir a Jesús, que si no lo consigue con súplicas, con lágrimas, quiere conseguirlo poniéndose caprichosa, tanto con Jesús como con vosotros. Por tanto, ¡hacedle todos caso a esta pobre pequeñita, ya no la hagais suspirar! Dedid todos, por amor de Dios: “Así sea, así sea; todos queremos el Reino de la Divina Voluntad”.

Corato, año 1924

Luisa, la pequeña hija de la Divina Voluntad