EL ALMA

Imagen de Mariu

 

Jesús mismo la prepara para la comunión.

 

 Esta mañana, debiendo recibir la comunión, estaba pidiendo al buen Jesús que viniera Él mismo a prepararme, antes de que viniera el confesor para celebrar la santa misa. ¿De otra manera cómo podré recibirte, siendo tan mala y estando indispuesta? Mientras esto hacía, mi dulce Jesús se ha complacido en venir, en el momento mismo en que lo vi, me parecía que no hacía otra cosa que saetearme con sus miradas purísimas y resplandecientes de luz. ¿Quién puede decir lo que obraban en mí aquellas miradas penetrantes que no dejaban escapar ni siquiera la sombra de un pequeño defecto? Es imposible poderlo decir; es más, habría querido dejar todo esto en silencio, porque las operaciones internas de la gracia difícilmente se saben exponer tal cual son con la boca, parece más bien que se desfiguran. Pero la señora obediencia no quiere y cuando es por ella, se necesita cerrar los ojos y ceder sin decir nada más, de otra manera, ¡ay! por todas partes, porque siendo señora, por sí misma se hace respetar.

 Entonces sigo diciendo: “En la primera mirada, le he pedido a Jesús que me purificase, y así me parecía que de mi alma se sacudiera todo lo que la ensombrecía. En la segunda mirada, le he pedido que me iluminara, porque ¿en qué le aprovecha a una piedra preciosa ser pura si no está resplandeciente para atraer las miradas de aquellos que la miran? La mirarán, sí, pero con ojos indiferentes. Tanto más Yo, que no sólo debía ser mirada, sino identificada con mi dulce Jesús, tenía necesidad de aquella luz, que no sólo me volvía el alma resplandeciente, sino que me hacía entender la gran acción que estaba por realizar, por eso no me bastaba ser purificada, sino también iluminada. Entonces Jesús en aquella mirada parecía que me penetrara, como la luz del sol penetra el cristal. Después de esto, viendo que Jesús seguía mirándome, le he dicho: “Amantísimo Jesús, ya que te has complacido primero en purificarme y después en iluminarme, dígnate ahora santificarme, mucho más, que debiendo recibirte a Ti, que eres el Santo de los santos, no es justo que yo sea tan diversa de Ti”.

 Entonces Jesús, siempre benigno hacia esta miserable, se inclinó hacia mí, tomó mi alma entre sus brazos y parecía que con sus propias manos toda la retocaba, ¿quién puede decir lo que obraban en mí aquellos toques de esas manos creadoras? Cómo mis pasiones ante aquellos toques se ponían en su puesto, mis deseos, inclinaciones, afectos, latidos y mis demás sentidos, santificados por aquellos toques divinos se cambiaban en algo totalmente diferente y unidos entre ellos, no más discordantes como antes, formaban una dulce armonía al oído de mi amado Jesús; me parecía que fueran tantos rayos de luz que herían su corazón adorable, ¡oh! cómo se recreaba Jesús y qué momentos felices han sido para mí. ¡Ah! yo experimentaba la paz de los santos, para mí era un paraíso de contentos y de delicias.

 Después de esto parecía que Jesús vestía a mi alma con el vestido de la fe, de la esperanza y de la caridad, y en el acto mismo que me vestía, Jesús me sugería el modo como debía ejercitarme en estas tres virtudes. Ahora, mientras estaba haciendo esto, Jesús, mandando otro rayo de luz me ha hecho entender mi nada, ¡ah! me parecía que fuera como un grano de arena en medio de un vastísimo mar, cual es Dios, y este pequeño grano iba a perderse en aquel mar inmenso, pero se perdía en Dios. Después me ha transportado fuera de mí misma, llevándome entre sus brazos y me iba sugiriendo varios actos de contrición de mis pecados; recuerdo solamente que he sido un abismo de iniquidad. ¡Señor, cuántas negras ingratitudes he tenido hacia Ti!

 Mientras hacía esto he mirado a Jesús y tenía la corona de espinas en la cabeza, extendí la mano y se la quité diciéndole: “Dame a mí las espinas, ¡oh! Jesús, que soy pecadora, a mí me convienen las espinas, no a Ti que eres el Justo, el Santo”. Así Jesús mismo la ha clavado sobre mi cabeza. Después, no sé como, desde lejos vi al confesor, enseguida le pedí a Jesús que fuera a preparar al confesor para poder recibirlo en la comunión; entonces parecía que Jesús iba con él. Después de un poco ha regresado y me ha dicho:

 “Uno quiero que sea el modo de tratar entre Yo y tú y el confesor, y así quiero también de él, que te mire y trate contigo como si fueras otro Yo, porque siendo tú víctima como fui Yo, no quiero diferencia alguna, y esto para hacer que todo sea purificado y que en todo resplandezca sólo mi amor”.

 Yo le he dicho: “Señor, esto parece imposible, que pueda tratar con el confesor como lo hago Contigo, especialmente al ver la inestabilidad”. Y Jesús:

 “Sin embargo es así, la verdadera virtud, el verdadero amor, todo hace desaparecer, todo destruye y con una maestría que encanta, en todo su obrar no hace resplandecer otra cosa que sólo Dios y todo lo mira en Dios”.

 Después de esto ha venido el confesor para llamarme a la obediencia y así celebrar la santa misa, y por esto ha terminado. Entonces he escuchado la santa misa y recibí la comunión. ¿Quién puede decir la intimidad que ha habido entre Jesús y yo? Es imposible poderla manifestar, no tengo palabras para hacerme entender, por eso lo dejo en silencio. Vol. 2 del 12 de junio de 1899.

 

2-70

Septiembre 5, 1899

 

Cómo Jesús obra la perfección en el alma poco a poco.

 

(1) Esta mañana me encontraba en tal abatimiento de ánimo y me veía tan mala, que yo misma me volvía insoportable. Habiendo venido Jesús le he dicho mis penas y el miserable estado en el cual me encontraba, y Él me ha dicho:

(2) “Hija mía, no quieras perder el ánimo, esta es mi costumbre, el obrar la perfección paso a paso y no todo en un instante, a fin de que el alma, viendo siempre que le falta alguna cosa, se impulse, haga todos los esfuerzos para alcanzar lo que le falta, a fin de agradarme más y de santificarse mayormente, entonces Yo, atraído por esos actos me siento forzado a darle nuevas gracias y favores celestiales, y con esto se viene a formar un comercio todo divino entre el alma y Dios, de otra manera, poseyendo el alma en sí la plenitud de la perfección, y por lo tanto de todas las virtudes, no encontraría modos de cómo esforzarse, cómo agradarle más y vendría a faltar la yesca para encender el fuego entre la criatura y el Creador”.

(3) ¡Sea siempre bendito el Señor!

 

 

2-89

Octubre 29, 1899

 

Jesús la lleva en brazos y la instruye.

 

(1) Continúa viniendo mi adorable Jesús, pero esta mañana, en cuanto ha venido me ha tomado entre sus brazos y me ha transportado fuera de mí misma; y yo, encontrándome en aquellos brazos comprendía muchas cosas y especialmente que para poder estar libremente en los brazos de Nuestro Señor y también para entrar buenamente en su corazón y salir de él como al alma más le plazca, y para no ser de peso y fastidio al bendito Jesús, es absolutamente necesario despojarse de todo. Por tanto, con todo el corazón le he dicho: “Mi amado y único Bien, lo que te pido para mí es que me despojes de todo, porque bien veo que para ser revestida por Ti y vivir en Ti, y que Tú vivas en mí, es necesario que no tenga ni siquiera la sombra de lo que no te pertenece”. Y Él todo benignidad, me ha dicho:

(2) “Hija mía, la cosa principal para que Yo entre en un alma y forme mi habitación en ella, es el desapego total de toda cosa. Sin esto no sólo no puedo morar en ella, sino que ni siquiera alguna virtud puede tomar habitación en el alma. Después que el alma ha hecho salir todo de sí, entonces Yo entro en ella y unido con la voluntad del alma fabricamos una casa, los cimientos de esta casa se basan en la humildad, y cuanto más profundos sean, tanto más altos y fuertes resultan los muros; estos muros serán fabricados con piedras de mortificación, cubiertos de oro purísimo de caridad. Después de que se han construido los muros, Yo, como excelentísimo pintor, no con cal y agua, sino con los méritos de mi Pasión, simbolizados por la cal, y con los colores de mi sangre, simbolizados por el agua, los recubro y en ellos formo las más excelentísimas pinturas, y esto sirve para protegerla bien de las lluvias, de las nevadas y de cualquier golpe. Inmediatamente después vienen las puertas, y para hacer que éstas sean sólidas como madera, no sujetas a la polilla, es necesario el silencio, que forma la muerte de los sentidos exteriores. Para custodiar esta casa es necesario un guardián que vigile por todas partes, por dentro y por fuera, y éste es el santo temor de Dios, que la guarda de cualquier inconveniente, viento, o cualquier otra cosa que pueda amenazarla. Este temor será la salvaguardia de esta casa, que hará obrar al alma no por temor de la pena, sino por temor de ofender al propietario de esta casa. Este santo temor debe hacer que todo se haga para agradar a Dios, sin ninguna otra intención. Enseguida se debe adornar esta casa y llenarla de tesoros, estos tesoros no deben ser otra cosa que deseos santos, lágrimas; estos eran los tesoros del Antiguo Testamento y en ellos encontraron su salvación, en el cumplimiento de sus votos su consolación, la fuerza en los sufrimientos; en suma, toda su fortuna la basaban en el deseo del futuro Redentor y en este deseo obraban como atletas. El alma sin deseo obra casi como muerta; aun las mismas virtudes, todo es tedio, fastidio, animadversión, ninguna cosa le agrada, camina casi arrastrándose por el camino del bien. Todo lo contrario el alma que desea, ninguna cosa le causa peso, todo es alegría, vuela, en las mismas penas encuentra sus gustos, y esto porque había un anticipado deseo, y las cosas que primero se desean, después vienen a amarse, y amándose, se encuentran los placeres más agradables. Por eso este deseo debe acompañar al alma desde antes de que se fabrique esta casa.

(3) Los adornos de esta casa serán las piedras más preciosas, las perlas, las gemas más costosas de esta mi vida, basada siempre en el sufrir y el puro sufrir; y como Aquel que la habita es el dador de todo bien, pone en ella el ajuar de todas las virtudes, la perfuma con los más suaves olores, siembra las flores más encantadoras y perfumadas, hace sonar una música celestial de las más agradables, hace respirar un aire de Paraíso.

(4) He olvidado decir que se necesita ver si hay paz doméstica, y ésta no debe ser otra cosa que el recogimiento y el silencio de los sentidos interiores”.

(5) Después de esto, yo continuaba estando en los brazos de Nuestro Señor y me encontraba despojada de todo; mientras estaba en esto, veía al confesor presente y Jesús me ha dicho, pero me parecía que quería hacer una broma para ver qué cosa decía yo:

(6) “Hija mía, tú te has despojado de todo, y tú sabes que cuando uno se despoja se necesita otra persona que piense en vestirlo, en alimentarlo y que le dé un lugar donde vivir. Tú, ¿dónde quieres estar, en los brazos del confesor o en los míos?”

(7) Y mientras decía esto, hacía el intento de ponerme en los brazos del confesor. Yo he comenzado a insistir que no quería ir, y Él que sí quería. Después de un poco de disputa me ha dicho:

(8) “No temas, te tengo en mis brazos”.

(9) Y así hemos quedado en paz.

 

 

3-25

Enero 5, 1900

 

Efectos del pecado y de la confesión.

 

(1) Encontrándome en mi habitual estado, me he sentido salir fuera de mí misma y he encontrado a mi adorable Jesús, pero ¡oh, cómo me veía llena de pecados ante su presencia! En mi interior sentía un fuerte deseo de confesarme con Nuestro Señor, por eso dirigiéndome a Él he comenzado a decir mis culpas, y Jesús me escuchaba. Cuando terminé de hablar, dirigiéndose a mí con un rostro lleno de tristeza me dijo:

(2) “Hija mía, el pecado, si es grave, es un abrazo venenoso y mortífero al alma, y no sólo a ella, sino también a todas las virtudes que se encuentran en el alma; si es venial, es un abrazo que hiere, que vuelve al alma muy débil y enferma, y junto con ella se enferman las virtudes que había adquirido. ¡Qué arma mortal es el pecado! ¡Sólo el pecado puede herir y dar muerte al alma! Ninguna otra cosa puede dañarla, ninguna otra cosa la vuelve ignominiosa, odiosa ante Mí, sino sólo el pecado”.

(3) Mientras decía esto, yo comprendía la fealdad del pecado y sentía tal pena, que ni siquiera sé explicarla. Y Jesús viéndome toda compenetrada, alzó su bendita mano derecha y pronunció las palabras de la absolución. Después agregó:

(4) “Así como el pecado hiere y da muerte al alma, así el sacramento de la confesión da la vida y la cura de las heridas, y restituye el vigor a las virtudes, y esto más o menos, según las disposiciones del alma, así obra la virtud del sacramento”.

(5) Me pareció que mi alma recibía nueva vida, después de que Jesús me dio la absolución no sentía más aquel fastidio de antes. Sea siempre glorificado el Señor y siempre le sean dadas las gracias.

 

 

3-27

Enero 8, 1900

 

Aun los errores serán útiles.

 

(1) Estaba pensando entre mí: “Quién sabe cuántos desatinos, cuántos errores contienen estas cosas que escribo”. Entre tanto he sentido que perdía los sentidos, y ha venido el bendito Jesús y me ha dicho:

(2) “Hija mía, aun los errores servirán, y esto para hacer conocer que no hay ningún artificio por parte tuya, ni que tú seas algún doctor, porque si esto fuera, tú misma habrías advertido donde te equivocabas, y esto también hará resplandecer de más que soy Yo quien te hablo, si ven las cosas con sencillez; sin embargo te aseguro que no encontrarán ni la sombra del vicio, ni cosa que no hable de virtud, porque mientras tú escribes, Yo mismo te estoy guiando la mano; a lo más podrán encontrar algún error a primera vista, pero si lo observan bien, ahí encontrarán la verdad”.

(3) Dicho esto ha desaparecido, pero después de algunas horas ha regresado y yo me sentía toda titubeante y pensativa acerca de las palabras que me había dicho, y Él ha agregado:

(4) “Mi patrimonio es la firmeza y la estabilidad, no estoy sujeto a ningún cambio, y el alma, por cuanto más se acerca a Mí y se adentra en el camino de las virtudes, tanto más se siente firme y estable en el obrar el bien, y por cuanto más lejana está de Mí, tanto más estará sujeta a cambiarse y a inclinarse ahora al bien y ahora al mal”.

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